Aprender a callar
Víctor J. Barrantes C. |
Estos medios han servido para exponer, en sus múltiples posibilidades, las consecuencias de no saber callar o, dicho de otro modo, nos han recordado la importancia de ser cautelosos a la hora de expresarnos. Son muchas las historias que hemos leído o escuchado sobre fotografías, videos o comentarios “infiltrados” o publicados con toda candidez en estos medios, que han acabado en el peor desenlace (rupturas, disputas legales, despidos, etc.). Como también –no seamos injustos– son muchas las ocasiones en que las redes nos sirven para informarnos, formarnos y organizarnos alrededor de una causa común; en suma, para ejercer nuestro más absoluto derecho a la libertad de expresarnos.
Sin embargo, aprender a callar cuando corresponde pareciera, en algunos casos, mucho más valioso que expresar a los cuatro vientos aquellas verdades de las que nos creemos dueños. No se trata de permanecer en un silencio perpetuo, sino más bien de precisar el momento en que algún comentario, alguna idea o una verdad, por simple que sean, deban ser expresadas. Sigmund Freud lo resumió clarito: “Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”.
Aprender a callar nos puede liberar también de una exhibición de ignorancia, si aceptamos la máxima de La Rochefoucauld: “Tres clases hay de ignorancia: No saber lo que debiera saberse; saber mal lo que se sabe y saber lo que no debiera saberse” (citado por Pérez y Tejedor, 2014). Esto cobra especial validez en el mundo de las redes sociales, el que casi siempre se convierte en una especie de encuentro de opinólogos que de tanto que saben, no saben de nada.
Aunque están claras las razones que llevan a la gente a expresarse en medios masivos como las redes sociales, algo a lo que ya había hecho referencia en esta misma sección (CAMPUS Junio 2013), hoy como ayer sigue siendo válido aquello de que el silencio también comunica, quedarse callado también podría ser estratégico como lo han hecho ver algunos autores, especialmente si tomamos en cuenta que por estar relacionados con alguna organización (en el trabajo, en la comunidad, en el equipo, etc.) todos formamos parte de su imagen. De nuevo, las redes sociales no son el espacio para hacer catarsis; el daño que podría hacerse a la reputación personal, a la institución o empresa puede ser incalculable.