Cine nacional:
Dos aguas
Gabriel González-Vega / para CAMPUS*gabriel.gonzlez.vega@una.cr
En el trabajo profesional se combinan varias perspectivas. En mi caso, como promotor procuro que el país se mire en el espejo crítico de su cinematografía nacional, que se disfrute y se ponga en duda mediante el lenguaje del cine. Como crítico de cine soy intermediario entre el resto de espectadores y las películas que crearon los autores, alguien que valora y recrea la obra desde esa perspectiva, habiendo cubierto todas las fases de la comprensión del arte conforme las sugiere Michael Parsons, de Ohio State University. Del crítico se presumen dos cualidades: que su conocimiento y experiencia son sólidos (aunque siempre habrá otros más calificados, caso por caso), y que actúa de buena fe, lo que más que una relativa objetividad (cfr. Karl Popper et al.) se refiere a su apego a los hechos y la transparencia de sus apreciaciones. Es falso, conviene agregar, que sea indispensable haber realizado cine para poder analizarlo, aunque es deseable, y en mi caso sí he estado involucrado en la producción de cuatro largometrajes y algo más, y por eso me consta lo que cuesta. Esto vale para cualquier disciplina. Pienso que con frecuencia se sobrevalora la influencia del crítico, especialmente cuando no bate palmas. Pero su labor consiste en proponer su interpretación y es deber y derecho de los demás debatir, no al autor, sino sus ideas. A la obra, además, hay que analizarla en contexto, no el del chisme personal, sino en su ubicación histórica.
Sabemos que la provincia de Limón, más asociada con la franja costera en el imaginario colectivo, es la zona más diversa del país y una de las más descuidadas desde el poder metropolitano. Uno de los documentales notables del Departamento de Cine, que discutimos mucho en foros cuando dirigí el Centro, es la mirada dura de Víctor Vega a la pobreza y los conflictos de esa tierra. Por otro lado, la censurada Banana Republic de Ingo Niehaus, explica el enclave bananero que dominó ese mundo, cuando la Yunai pesaba más que el propio país al que ya Minor Keith ya había desgarrado. En cineforos que realizamos con Cine Diálogo, años después, nos consternó la sobreexplotación y el clima enrarecido de algunas fincas bananeras tierra adentro; una debacle social.
Fue con el Caribe de Esteban Ramírez, una adaptación del cuento da Salazar Hererra que cambió de océano, que pusimos en el mapa tanto la soberana belleza de selva y mar, como las amenazas que la acechan, en particular la explotación petrolera que sigue presta a dar su zarpazo pese a la derrota de la Harken Oil, la empresa de los Bush y los Bin Laden de entonces. Un Caribe que además de iluminar el paisaje y su vida multicolor, recorrió las callejuelas del pueblo y sus diversidad cultural. Luego Hernán Jiménez, A ojos cerrados, se llevó la terquedad de su protagonista a las aguas de un abrigo postrero para la mujer súbitamente perdida. Hace poco, de manera indirecta, los hermanos Jara, en una lograda propuesta de revisión histórica, revivieron los asesinatos del Codo del diablo y la tormenta política de los cuarenta, con la persecución de los líderes comunistas. Antes hubo varios documentales de carácter ambiental, sea informativos, sea combativos, así como otros que recuperan tradiciones y personajes. Es oportuno subrayar también el ambicioso Barco prometido, historia clave de la negritud, su diáspora y su anhelo; tampoco pasamos por alto la laboriosa pintura de El amor y otros demonios que, sin embargo, se filmó en la Cartagena de García Márquez, y no al norte del istmo panameño. Y podría citar más, pero aún así no es mirada suficiente para construir una presencia digna.
En ese sentido, aplaudimos el empeño de los productores Patricia Velásquez (también directora y editora) y Óscar Herrera (también músico) por asomarse al Caribe y revelarnos sus conflictos, con protagonistas afrodescendientes y jóvenes. Nos urge ir trazando el mapa de nuestra nacionalidad diversa y qué mejor que el cine para pixelarlo. Aprecio asimismo que el filme, centrado en una familia, procura un retrato más amplio de una sociedad compleja. En este país se recurre bastante a figuras llamativas que llenan la pantalla con sus ocurrencias y destrezas, y es válido, aunque sea más superficial. Como es válida la exploración intelectual más íntima de otros. Sin embargo, el grueso del público agradecerá esos retazos de comunidades y procesos para armar el rompecabezas de su identidad.
Un niño, como tantos, en nuestra desigual América Latina, tantea el fútbol como alternativa, empujado por su hermano que ya parece haber renunciado a la legalidad. Le acompaña un amigo con más físico de atleta pero poco interés. Entretanto, se mueven los embalajes de la droga, su trasiego y su brutalidad. La historia es sencilla, con un guión y edición que la alargan y un poco la enredan. Habría sido mejor profundizar en los caracteres, que son atractivos. Por otro lado, se plantea la buena idea de un extranjero que es testigo y parte de la belleza local y su pérdida. Al actor César Maurel le hemos visto destreza y un porte interesante en otros trabajos, como en el firme Paso en falso de Jurgen Ureña y en la minimalista Padre de Alejo Crisósotomo, que me pareció tan bien lograda; no un relato sino una atmósfera, una incertidumbre, una sugerencia… Aquí muestra esa habilidad; no obstante, igual que otros intérpretes, no parece el casting idóneo para el personaje; otros sí, aunque también algunos se quedan cortos.
Es admirable el uso de fotografía aérea y submarina, valores de producción que nos hacen sentir orgullo nacional. Algunos encuadres y movimientos de cámara son muy sugestivos, aunque se repitan y no contribuyan tanto al relato. A veces me pareció que faltaba luz. Hay una música muy potente que toma papel protagónico en la historia. Si bien su enorme peso es discutible, en sí mismo este es un aspecto notable del filme.
En resumen, una película nacional que si bien no es brillante, sí es agradable, con buenos momentos: que dice cosas importantes aunque de una manera sencilla, especialmente en el ámbito de los diálogos; que interesa y que conviene ver. Un primer paso para un equipo que habrá trabajado muy duro y que puede sentirse satisfecho y saber que puede seguir creciendo. Felicitaciones a los autores. Mi recomendación entusiasta a los espectadores: vayan a verla. No es hacerle un favor, lo merece y lo necesitamos. Necesitamos el testimonio del arte.