Entrelíneas
Al abuelo
Gerardo Zamora B. |
De niño, vendió empanadas en el Estadio Nacional. Allí aprendió lo que es el trabajo.
Calzó sus primeros zapatos cuando era un escolar. Allí conoció el confort.
De adolescente probó en el Seminario, gracias al patrocinio de algunos vecinos. Allí conoció a su amigo del alma.
Un día, siendo seminarista y de visita en Heredia, en plena actividad oficial observa a una encantadora mujer. Está sentada en primera fila. Es María Angélica Diermissen. Allí conoció a su esposa.
Una noche de 1948, don Pepe lo dejó cuidando un puente, con un rifle inservible y un solo tiro en boca. Allí se hizo luchador.
De maestro, el caballo y el bote serán su medio de transporte habitual. Allí conoció la mística.
Le dio el último adiós a su hijo adolescente y a su enferma esposa, eran los años 70. Allí conoció la resignación.
Después de varias décadas de fumar, le promete a uno de sus nietos dejar el cigarro, una promesa que respetaría para siempre. Allí forjó su espíritu combativo.
Más tarde, encontró a la profesora de matemáticas más respetada de aquella Heredia, Teresa Borbón Vargas. Allí conoció a su compañera de viaje y ángel.
Descubrió una hermosa casa frente a la playa, en el Coco. Hay una fogata y unos marsmelos derretidos. Allí se hizo abuelo.
Levantó un templo en su querido barrio María Auxiliadora de Heredia. Entre sus costumbres estaban las visitas al Santísimo, como tantas que hizo en sus tiempos de seminarista. Allí se hizo soñador.
En el 2005, el destino lo golpeó con un repentino quebranto de salud que lo dejaría inmóvil. Allí se hizo mártir.
Durante 5 años, su esposa, su ángel lo cuidó. Allí tocó las profundidades de la lealtad.
En el 2010 su corazón se detuvo. Allí conoció el cielo.