“Persona” en la selva
Gabriel González-Vega*gabriel.gonzalez.vega@una.cr
Así, este ciclo, padecimos la burocracia y el absurdo en La Aduana con el plomizo montaje de El proceso, y nos replanteamos la persistencia del género convidados a Vacío; tanteamos el devenir ideológico en el museo religioso de Orosi y en las ruinas de Santiago Apóstol, cámara en mano y con curiosidad primigenia; no bajo el yugo de la calificación sino en el éxtasis de saber para ser.
La educación ambiental que propiciamos con aventuras guiadas es un bautismo de naturaleza; observar, escuchar, oler…, recorrer la tierra húmeda, navegar por un verdor pletórico de vida que también somos, al que le hemos impuesto la prótesis de nuestra cultura, como lo revela G. Reggio, el monje cristiano cuya serie documental qatsi atisbamos en clase. En pos del oxígeno que se desvanece, urgidos del movimiento que sacrificamos atornillados a las sillas, en busca del alma perdida en la parafernalia consumista, también nos encontramos en comunión (ágape) y descubrimos a los habitantes de la periferia.
Además del oportuno voluntariado y de la voluptuosidad de la fotografía, donde hallamos las coincidencias estéticas y testimoniales entre arte y naturaleza, realizamos cineforos bendecidos por el entorno, junto a imprevistos acompañantes. Es vivencia muy distinta, como también es dejar los pupitres para admirar la genialidad de La sal de la tierra (documental sobre el sublime fotógrafo S. Salgado) en la pantalla inmensa del Magaly.
Con frecuencia reverenciamos lo espiritual, como con Baraka (itinerario religioso) y Planeta sagrado (pueblos al margen de nuestra locura civilizatoria en armonía con su mundo), e incluso con la nacional La virgen del mar –reflexión antropológica–; o compartimos la denuncia de los abusos que nuestra especie perpetra en el planeta: Sharkwater (matanza de tiburones y desaleteo en Costa Rica) y La calera (matanza de delfines en japón); suicidios de aletas sin gusto y cetáceos ahítos de mercurio. A veces nos dejamos llevar por el vuelo de la imaginación para afirmar razón y libertad frente a fundamentalismos ancestrales, como en La brújula dorada (cuento infantil muy serio). O pendientes del regreso a las cabinas en la noche misteriosa, Hitchcock fue propicio con su implacable Psicosis.
Recién en la Tirimbina, luego de descalificar en clase la vulgaridad de Magic Mike XXL y de lamentar el desequilibrio entre el desgarrador foco de la guerra y el anodino de la familia en Mil veces buenas noches, mis audaces estudiantes eligieron bucear en el alma humana iluminados por Bergman, tejiendo el baile de máscaras entre Liv Ullman y Bibi Anderson en ese intenso y deslumbrante clásico del cine (Persona), mientras ranas y chicharras rasgaban el silencio minimalista, perplejos nosotros ante los requiebres de los afectos humanos. Sí, recordé, la confianza es el fundamento del amor, pero pareciera inalcanzable a nuestra atormentada condición humana, que ni sexo, arte ni religión resuelven. Mas, afuera, nos esperaba el bálsamo de la naturaleza en su esplendor; de su certeza inapelable.
(*) Académico del Centro de Estudios Generales-UNA.