Filmes que acecharon el Óscar

*Gabriel González-Vega para / CAMPUS
gabrielgv@ice.co.cr

Entre los equipos y autores que laboriosamente forjan las grandes películas, estas como producto final, y sus múltiples lecturas por parte del público -cada espectador por sí mismo y los grupos que se entrecruzan- hay vasos comunicantes que sirven para destacar, debatir y ubicar cada obra y tendencia; para quererlas o detestarlas. Críticas de cine, festivales y premios por país arrojan luces y sombras sobre la inmensa y creciente producción mundial. El acontecimiento más mediático, más influyente en esta dimensión, es la entrega de los premios Óscar por la Academia de Cine de los Estados Unidos llamada Hollywood, debido al pequeño pueblo del oeste adonde se trasladó la incipiente industria hace un siglo debido a los rigores invernales de Nueva York donde surgió (para evadir los cobros del pionero Edison).

A medio caballo entre la tradición "americana" del individualismo y el carácter planetario de la ceremonia, se yerguen espectáculos audiovisuales que realzan cualidades y defectos personales, héroes y antihéroes que se adueñan de la pantalla y facilitan nuestra identificación emocional y las reflexiones ulteriores que no debemos obviar.

A veces el personaje está desgarrado por dentro y brega con sus propios demonios, como Samsa (La Metamorfósis) o Castel (El túnel) en la literatura (dos prisioneros entrañables). En la mayoría de filmes, sin embargo, sus desafíos son exteriores y dos sentimientos predominan: la protección a ultranza de lo que se valora o la venganza implacable por lo que se perdió. En todas se expresa el portentoso desarrollo de la tecnología y el vuelo sublime de la estética para recrear, sea con fidelidad asombrosa o con deslumbrante originalidad, esa cosecha de mundos que nos interrogan Desde allá.

Excepción a esta tendencia son las ganadoras a los premios a Mejor Guión (adaptado/original), donde un afinado equipo de periodistas enfrenta la maquinaria infernal de una institución milenaria que en buena medida traicionó su origen, el verbo mesiánico del amor al prójimo, para precipitarse en los pecados capitales (Spotlight); y donde el azar vincula extravagantes inversionistas que apuestan contra el sistema y se hacen millonarios prediciendo el colapso de la economía "americana".

De héroes y razones

Jacob Tremblay actor The Room (La habitación).

De vuelta con esos personajes que se comen la pantalla y proyectan una imagen avasalladora sobre las rutinas azarosas de los espectadores, el más comentado es el trampero que Leo di Caprio encarnó con admirable estoicismo, arrastrándose literalmente por territorios agrestes, iluminados con fervor divino por el intrépido Lubezki. De su premio, merecido más por su trayectoria imponente que por ese sacrificio, lo que más anima es que fortalece su encomiable trabajo a favor de la naturaleza. Su llamado es urgente; estamos en La última hora. No hay duda del portentoso talento del mexicano Iñárrritu -que no es un mero bocazas como Trump- ni de la audacia y rigor con que construye sorprendentes discursos fílmicos, mas en su interesante y laureada filmografía solo Babel logra, a mi parecer, extraordinaria profundidad: las demás, notables sin duda, no llegan al fondo del alma, no descubren el misterio que nos anima, lo que sí consiguieron genios maduros como Bergman y Kurozawa. A Leo le matan su hijo medio indígena y se dedica todo el filme a perseguir a los responsables. No hay más. Es un sentido de vida reducido a la venganza; con pocos matices, sin mayor horizonte. Quizá faltaron dudas, preguntas incómodas, como en los Batman de Nolan, o la potencia psicológica de El portero de noche, por ejemplo. Podría trazarse un paralelismo entre ese destino y el de una mayoría que atraviesa mundo sin replantearse su papel de mano de obra y consumidor compulsivo, pero esto trascendería el ámbito del filme.

Una versión colectiva, con menos fundamento interior, se muestra en Los 8 más odiados de Tarantino. Un escaparate de la brutalidad humana filmado con premeditación y alevosía. Cautivante y repulsivo, como Sicario, describe con indudable destreza el cuarto del horror, mas no logra, igual que los noticieros, explicar su origen y significado. En esa misma línea, la sobrevalorada Mad Max en su última espectacular versión relata las apasionantes correrías de sujetos y bandas criminales de un futuro horrendo y previsible, apenas una radicalización de un presente que se derrumba, con la pesadilla ambiental que anuncia Di Caprio hecha polvorienta realidad. Todos corren, combaten y el ingenio se alía a la fuerza para vencer enemigos sin cuenta; vuelan cuerpos lustrosos y harapos enmascarados, desfila un catálogo de armas y vehículos en coreografías cegadoras (el Circo del Sol campea), sí, pero, ¿por qué lo hacen? ¿Hacia qué nos lleva esa agitación? ¿Cuál es el sentido teleológico? Hay indicios, atisbos, algunas ideas; mas falta sustancia (no me odien; es copiosa, mas no tan valiosa, lo siento). Estos filmes sugieren que se ha sepultado la filosofía y que la religión está en manos de los mercaderes del templo. Así, no sorprende el auge político de CRUMP (Cruz/Rubio/Trump).

Además de la habilidad con que se filmó en un pequeño cobertizo, sorprende gratamente el enfoque de La habitación, pues desdeña al secuestrador, cuyos motivos y suerte son ignorados, para centrarse en el destino de la madre y el crío (una relación que recuerda La vida es bella). Galardonada como actriz, el trabajo de Brie Larson va de la mano del desenvuelto Jacob Tremblay. Renuncia el filme a un filón comercial muy explotado para decirnos que lo importante son las víctimas, no la venganza. Sí, es el opuesto a El renacido y a esas falsas buenas conciencias que cada vez que saben de un crimen horrendo -y son constantes- estos supuestos justicieros se solazan anunciando las cosas horrendas que le harían al malvado (entonces, ¿qué los diferencia?, ese es el eje moral de Puente de espías). Lo que sí comparten las tres es el énfasis en la resiliencia; la fidelidad a un objetivo, el amor (sea de padre, de madre, y -ojo- a la verdad y la justicia), como razón para sobreponerse al entorno, sea las estepas heladas, el encierro absurdo o el laberinto de intrigas de la Guerra Fría. Casos resueltos a fuerza de voluntad y con mucha imaginación. Y sustentados, insisto, en el afecto que todo lo mueve.

En un próximo artículo exploraré el drama interior de La hermosa chica danesa, el drama exterior de Carol (y Therese) y el profundo sentido ético de Puente de espías del siempre magnífico Spielberg, en relación con la obra maestra que ganó Venecia, Desde allá (del venezolano Vigas) una realización impecable que ahonda como pocas veces se ha logrado en los complejos pliegues de la condición humana y que nos conmovió intensamente (de manera análoga a la colombiana La virgen de los sicarios) durante el Festival de La Habana, donde también fue laureada.

(*) Académico jubilado del Centro de Estudios Generales

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    Abril 2016 - Año XXVI # 274

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