LOS TERRITORIOS LITERARIOS DE YOLANDA OREAMUNO

Carlos Francisco Monge

«Literariamente, confieso por mi parte, que estoy harta, así con mayúsculas, de folklore. Desde este rincón de América puedo decir que conozco bastante bien la vida agraria y costumbrista de casi todos los países vecinos, y en cambio sé poco de sus demás palpitantes problemas. Los trucos colorísticos de esa clase de arte están agotados, el estremecimiento estético que antes producían ya no se produce, la escena se repite con embrutecedora sincronización, y la emoción huye ante el cansancio inevitable de lo visto y vuelto ver. Es necesario que terminemos con esta calamidad. La consagración barata del escritor folklorista, el abuso, la torpeza, la parcialidad y la mirada orientadora en un solo sentido equivalen a ceguera artística». Estas fueron unas declaraciones que Yolanda Oreamuno publicó en el Repertorio Americano en marzo de 1943. Tenía ella 27 años y con su edad un arrojo poco habitual entre los escritores de entonces y, sobre todo, la rara cualidad de saber distinguir el grano de la paja. La franqueza de sus opiniones no les sentó bien a muchos de sus contemporáneos; algunos la vieron como un ataque a la novela neorrealista, al modo como lo hicieron Carlos Luis Fallas, Joaquín Gutiérrez Fabián Dobles.

Pasemos a un breve recuento de entorno literario en el que se movió la joven escritora. Es de suponer que entre 1947 y 1949, Oreamuno preparó y escribió La ruta de su evasión. Sus biógrafos señalan que había escrito además otra obra titulada Dos tormentas y una aurora (que inicialmente tenía por título Casta sombría, cerca de 1943). También se mencionan otras obras suyas de incierta existencia (fuese porque quedaron en manuscrito, o simplemente porque se perdieron): Por tierra firme y De ahora en adelante (titulada luego como Nuestro silencio, cerca de 1947). Su formación literaria es algo incierta y depende de sus propios testimonios, pero leía con interés a Eduardo Mallea, a Aldous Huxley, a David H. Lawrence, a Thomas Mann, a André Malraux, a Faulkner, pero sobre todo a Marcel Proust, quizá el más importante novelista europeo del siglo xx.

En cuanto a su novela La ruta de su evasión, los comentarios críticoliterarios de esos años fueron falaces y parcializados. Sopesaron en la balanza la novela realista y la novela subjetivista. En un platillo, la realista, modalidad que debía tratar literariamente la vida nacional, las condiciones sociales del proletariado rural y semiurbano; en el otro, la subjetivista, la otra literatura: la del mundo del yo, los conflictos emocionales y psicológicos de personajes aislados, sin contacto alguno con el «mundo real». En ese platillo dejaron, sin más, la obra ide Oreamuno.

Afortunadamente, la posteridad ha sido generosa con su obra y con su perfil intelectual. Entre los primeros títulos de su catálogo, y gracias a la iniciativa de Lilia Ramos, en 1961 la Editorial Costa Rica reunió en un nutrido tomo muchas de sus páginas dispersas. Sus editores le dieron por título una frase de la propia autora: A lo largo del corto camino. Años después, la Editorial Universitaria Centroamericana reeditó en 1970 una pulcra edición de La ruta de su evasión. Con ella empezó a redescubrirse la verdadera estatura literaria de la escritora, y desde entonces, valiosos estudios académicos han aparecido en revistas académicas especializadas. Hoy día, todavía se destacan los estudios de tres intelectuales que le dedicaron muchas y ricas páginas al estudio de la obra de Oreamuno: Victoria Urbano, Rima de Vallbona y Manuel Picado Gómez.

Conviene señalar, para esta ocasión de su centenario, la proyección y la actualidad de su obra en las letras costarricenses. No creó escuela, pero dio ejemplo. Leyó y analizó con minucioso cuidado obras cumbres de la literatura moderna occidental de su propia época y se refirió a la necesidad de crear una novela moderna, preferiblemente alejada como ya hemos visto del folclorismo y de «atavismos raciales» (son palabras suyas). A propósito de la construcción de personajes, Oreamuno sostenía: «El abuso de presentar al personaje novelesco moderno como un pervertido de su propio cerebro, idéntico a aquel que hizo del mismo en otra época un ente ideal y delicado, tan inmaterial que llegaba a ser el pervertido de su propio corazón, es ya, sin duda, un método en extinción. Los individuos de la auténtica novela moderna, la que yo llamo auténtica porque ha asumido su responsabilidad histórica totalmente, no necesitan como condición primaria ser inteligentes o geniales. El tonto, el mediocre, el anodino, el de todos los días, vuelven a sonreírnos confiadamente con caracteres conocidos, y en íntimo contacto con la estupidez, la mediocridad y el anonimato que todos llevamos dentro, en las novelas de hoy» (subrayo). Esta especie de teoría de la novela moderna, que expone y puso en práctica Yolanda Oreamuno, es la que mejores frutos dio a la narrativa costarricense durante las décadas de 1960 y 1970.

No se puede afirmar que La ruta de su evasión haya sido el punto de partida en el desarrollo posterior de la narrativa costarricense. Han sido otras las obras más conocidas y las que han dado más que hablar y que leer. Aunque puede tomarse como una mediadora (tal como lo acabo de plantar a propósito de otros), es posible que la influencia literaria de Yolanda Oreamuno sea más profunda de lo que se podría ver en apariencia. En primer lugar, porque estamos ante una escritora que fue capaz de escribir una novela de innegables cualidades literarias (hablo por la que efectivamente conocemos); con esto quiero decir que ella puso una cota más alta en el desarrollo de la narrativa en Costa Rica, que llevó a una más amplia conciencia de lo que significaba hacer literatura verdaderamente contemporánea. Yolanda Oreamuno, como lo expresa la cita inicial, les dio una reprimenda a los escritores nacionales, en sus propias narices; algunos bajaron la mirada, otros volvieron a ver a otro lado; muy pocos entendieron sus reclamos. En segundo lugar, porque supo reflexionar con inteligencia y profundidad, sobre la situación, condiciones y perspectivas del oficio literario en nuestra época.

Tal es el perfil del escritor contemporáneo, en los mejores casos. No bastan la espontaneidad, la inspiración, los gestos antiacadémicos, como tampoco la bohemia como agenda de vida. Quien escribe, al mismo tiempo crea y critica; inventa y analiza; confía en las fuerzas de su imaginación y recela de lo establecido, de lo dicho, de las doctrinas inapelables. Puede ser que tal haya sido el legado de Yolanda Oreamuno.

1- Extracto de la conferencia leída en la Facultad de Filosofía y Letras, el 13 de abril de 2016, en el homenaje al centenario del nacimiento de la escritora, auspiciada por la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje y el Instituto de Estudios de la Mujer.
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    Junio 2016 - Año XXVI # 276

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