A desenterrar, a desenterrar

Hace un siglo

Isabel Ducca D.

La administración de don Alfredo González Flores generó urticaria en su partido y en su clase social. Cafetalero y comerciante, se esperaba de él que gobernara para quienes lo habían designado: cafetaleros y señores del poder. Sin embargo, se llevaron una sorpresa desagradable. Pensó en los más vulnerables y en el futuro de Costa Rica. Fue un traidor a su clase. Escribía en 1916:

La política no es una cosa absoluta en sí; no es sino el medio de alcanzar fines prácticos. Es así como la democracia, si se considera simplemente como una forma exterior política, viene a ser un absurdo. Una monarquía puede ser constitucional y esencialmente democrática; una república puede ser la forma exterior de un régimen abominable, basado en la explotación de las masas por las clases privilegiadas o por una oligarquía.

 

(...)

En los brazos fuertes del pueblo propiamente dicho reside en primer lugar la vida de la Nación; sin ellos ningún capital produce nada, si bien este es también necesario para que la fuerza física del trabajador produzca el máximum de rendimiento. Hasta ahora, por el sistema de las contribuciones indirectas, los pudientes se han sustraído en gran parte a las cargas públicas. No hay, pues, más remedio que obligar a los pudientes a aceptar la parte de ellas con que en justicia deben contribuir a formar el acervo común. Si el capital no puede producir nada sin el concurso de un pueblo fuerte y sano, el capital debe poner sin mezquindad a la disposición del Estado la suma que a este le sea necesaria para mantener a ese pueblo en condiciones de salud y de fuerza apropiadas a la tarea ingente que le toca realizar en la labor común de toda la Nación.

(...)

Ahora bien, para proceder al establecimiento definitivo de la justicia social, para refrenar las pretensiones de los económicamente fuertes, es preciso que el Estado se asegure antes una vida financiera independiente y sólida. No deben los ricos cubrir los déficits con contribuciones forzosas; pero menos aún con préstamos, que los convierten en amos y señores del Gobierno. En toda forma legal y sobre base equitativa, ellos, los pudientes, deben contribuir en una proporción justa a satisfacer las necesidades del Estado, devolviéndole así una parte íntima de lo que ganan merced a la protección que a ellos, más que a los menesterosos, les brindan el Gobierno y la sociedad.

(...)

Sin un Congreso honrado, la seguridad del país contra la codicia del capital extranjero, y la seguridad del Gobierno mismo, son imposibles.

La ceguera demagógica nos impide diferenciar entre la politiquería y la política; él lo diferenció claramente.

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    Junio 2016 - Año XXVI # 276

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