Perfectos desconocidos / El cielo esperará

(In) comunicación y (des) confianza en dos filmes, del Festival de Cine Europeo en San José tan conmovedores como necesarios

Gabriel González-Vega (*) para CAMPUS
gabriel.gonzalez.vega@una.cr

El primer título es el de una estupenda comedia de Paolo Genovese, que fue la más popular en el Cine Magaly, luego de ser record de taquilla en Italia. Lo tenemos en cartelera y habrá que disfrutarlo de nuevo y sacarle provecho adicional. Mas ese título también aplica como concepto a otros del mismo festival.

Cuando como a los 10 años me aboqué a gozar de la literatura y a ver cine diariamente-gracias al estímulo familiar-había descubierto la maravilla de viajar sin salir de la ciudad. Estas artes, las exposiciones de pintura y escultura y los tiempos de danza y música que luego sistematicé, así como la arquitectura-e historia-recorriendo caminos por el mundo, son ventanas indispensables hacia lo otro, lo diverso; para asomarnos, sumergirnos, en la rica variedad del mundo (que incluye asimismo el portento de la naturaleza). Diversidad que constantemente está bajo sospecha y es atacada por los poderes políticos y religiosos que imponen sus fundamentalismos y los intereses que estos revisten.

Los sistemas educativos-y me empeñé en esto como profesor de colegios y universidades durante cuatro décadas-deben enfatizar esa pasión por el conocimiento en sus múltiples fuentes, la imperiosa necesidad del arte en nuestras vidas, esa urgencia de recorrer el mundo (como hizo durante un año el joven e intrépido Alejandro González Iñárritu antes de consagrarse como creador), y no solo ser cómplices de carreras de ratas para ganar cursos anodinos, encerrados en aulas y discursos maniqueos (como bien retrata El muro Pink Floyd), con el solo objetivo de un título para con éste someterse a los Tiempos Modernos que Chaplin satiriza. Del acumular títulos/dinero para comprar carro, casa y cónyuge y acumular mercancías, el sujeto convertido en otra mercancía, como ironizaba con los estudiantes.

Alrededor de una sabrosa cena, tres parejas y un hombre que no pudo llevar a la suya, amigos de años, comparten la noche con sus deseos, convenciones, manías, prejuicios y (des)afectos. Cuatro guionistas trabajaron este incisivo drama teatral repleto de buen humor y atinadas observaciones, trazado en el barullo y el espacio reducido de ese (des)encuentro. No es tan brutal como La Gran comilona de Ferrari, ni tan devastadora como El amante de Guadagnino, mas comparte el espíritu socarrón y fuerza subversiva de esas dos admirables miradas críticas.

Como en la perspicaz Un dios salvaje de Polanski, las máscaras van cayendo en una suerte de dominó, cada vez más frenético e incontrolable, donde al tratar de resolver el conflicto inicial solo consiguen agravarlo, pues se mueven en las arenas movedizas de sus carencias, mentiras y resentimientos. En ésta, que ganó el David de Donatello como Mejor filme italiano, el juego consiste en escuchar juntos los supuestamente inocuos mensajes por celular, con tensión creciente y estallidos progresivos. Además de subrayar la importancia del dispositivo que más bien nos controla, baúl de secretos explosivos, el filme expone con desenfado y buen humor la falsedad establecida y el marco patriarcal en que ellos se desenvuelven. Sí, son perfectos desconocidos. Fingen saber quién es el otro, fingen amarse; fingen vivir como en la estruendosa y vana fiesta con que Sorrentino revela su (La) gran belleza. Las certeras y bien moduladas interpretaciones, la ubicuidad del sonido, la eficaz movilidad de la cámara y sus primeros planos depurados; los diálogos y monólogos tan creíbles y a la vez significativos, mantienen un interés constante y provocan un incómodo entusiasmo ante ese retrato tan preciso de un mundo que la mayoría reconoce como propio. Siempre he pensado que lo más importante en las relaciones humanas es la confianza y que lo peor es la mentira. O sea, el panorama es desolador. En buena hora que risas mediante nos sacudan con esa revelación; al menos reconozcámonos. Es un primer paso.

Los jóvenes que no aceptan esa frivolidad y materialismo, como la adolescente del filme italiano, cuya comunicación con los padres, usualmente autoritarios y rígidos, es pésima; chicos que desprecian el sistema educativo y de hecho el sistema social; se rebelan de diferentes formas, tentados por placeres y apegos inmediatos, utopías y paraísos tan atractivos como falsos y peligrosos. Dos notables denuncias, que comparten su carácter austero y eficaz tono didáctico nos muestran cómo seducen y engañan a muchachos deseosos de una vida mejor para sí y para sus familias dos poderosas redes de corrupción internacional. En un próximo artículo me referiré a Diamantes negros, de Miguel Alcantud, sobre la trata de personas en el fútbol.

Empeñada en documentar problemas complejos y urgentes desde una perspectiva humanista, la productora Marie-Castille Mention-Schaar ha realizado valientes denuncias y propuestas educativas. Con la convincente El cielo esperará, un título que desmonta la ilusión de un mundo perfecto (como la formidable Paraíso de Konchalovsky), explica esmeradamente el lavado de cerebro de dos chicas francesas; dos momentos de una práctica reiterada. Las cautivan hábiles agentes de ISIS que operan en la red, quienes las convencen de abandonarlo todo para entregarse a la causa del yihadismo y sus acciones terroristas, una violencia cuyos beneficiarios principales son tan oscuros como sus métodos. Es crucial en este filme, que acogieron los festivales de Locarno y Toronto, el papel de una amable y sagaz mujer musulmana que explica con enorme claridad y empatía el modus operandi del fundamentalismo islámico violento a los atribulados padres, a las víctimas y al público, de hecho. Como en el efecto Dunning-Kruger, la equivocación es extrema, y muchos jóvenes occidentales se entregan a una esclavitud atroz e incluso mueren al servicio de una causa monstruosa. Basta que los estimulen en su rechazo al statu quo (justificado pero manipulado), junto a un retorcido erotismo –de poder fálico en ellos, de sumisión romántica en ellas-, para que el tribalismo y la necesidad de sentido los conviertan en marionetas de sus nuevos amos.

Más allá de condenar y combatir a las redes terroristas, es indispensable enfatizar en los orígenes de esta desgracia, como la pésima comunicación y falta de confianza en la familia y la escuela, la educación dogmática y autoritaria no muy distinta (la raíz Abrahamica es la misma), que no faculta para el ejercicio de la libertad sino para la obediencia ciega. Además del potencial de los medios actuales, visible en ambos filmes. Para ser libre hay que saber pensar. Para educar hay que dialogar. Lo contrario es opresión.

(*) Académico jubilado de Estudios Generales-UNA

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    Agosto 2017 - Año XXVII # 289

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