Goza, llora, maldice y ama

Hermann Güendel (*)
hermann.guendel.angulo@una.cr

La existencia es una vulgar cadencia de faenas carentes de más placer que el de lo rutinario. Un ordinario transcurrir entre lugares y personas que solo nos adormece entre sus costumbres. El tiempo nos resulta oneroso. Nuestros días se tornan largos y aburridos.

Nacidos de la pasión nuestro fuego se apaga. La muerte se nos reúne por medio de la vejez para recordarnos nuestro concluyente próximo encuentro. La conciencia proclama apesadumbrada que el existir no es más que un simple acontecimiento a la altura de las bestias, no de los hombres. Los hombres somos las únicas criaturas que sabiendo que vamos a morir, logramos trascender a su entrevista. Consciente de ello nuestro espíritu se inquieta, mira a su mundo y ve con repugnancia el mediocre espectáculo de los más vulgares hombres: el vacío de sus esperanzas y la futilidad de sus esfuerzos. El hombre vulgar es estéril. Mediocre al fin, como el común de los patanes, el tosco solo logra refugiarse de la incertidumbre entre clamores de condenas y deseos de castigo. La cadencia de su mundo lo precipita a su decadencia y lo acicala con el gozo de escarmientos ajenos. Solipsista en su tráfico diario recurre al subterfugio de la doctrina para justificarse. Alborozado condena y censura, pero de modo culto y recatado, en voz baja, murmurante, deseando el castigo ejemplificante de la expulsión de la tierra para quienes no se comportan como deparan las buenas costumbres y los gestos elegantes. Su condena arroja ahora al otro fuera de las limitaciones de la existencia y lo invitan a otra. Lo que es ya no tiene porque ocultarse.

Los hijos de Caín tienen así la prerrogativa de asignarle significado a sus tiempos, para ser alguien en el lugar donde están. La miseria de las justicieras condenas les da una razón para vivir. Su espíritu rebusca en la penumbra de los compases usuales. Encuentra en el modo de resolver sus cuitas el modo de sobrevivir a su expulsión del mundo. Actúa por medio de prioridades y expectativas. Se abre al tránsito entre diversos lugares de ser y momentos de estar. Baila en un bullir de emociones y cuerpos, se siente al fin vivo. Goza, llora, maldice y ama.

Su danza es trivial para quienes zapatean el compás de obligatorias y miserables actitudes moralistas. Los hombres mediocres no son más que animales de costumbres, no comprenden la rebeldía.

Consciente de su expulsión del mundo, las "bestias", los otros, no piden absolución de su pecado, lo gozan. No importa la excomunión, pues la razón de su ser mismo es la subversión de las buenas costumbres y los pensamientos recatados. Se enaltece por medio de una actitud diferente que constituye su vida. Transforma el mundo a través de resignificar realidades. Se abre a la vivencia de rincones, lugares y momentos. Transcurre su tiempo entre vertiginosas experiencias y emociones intensas. Roza con su cuerpo lo que le seduce. Forja altivo ideales que lo dignifican. Sabe ahora que solo se sobrevive a la convulsión de las condenas a través de la integración de los condenados.

(*) Filósofo, Escuela de Filosofía-UNA

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    Agosto 2017 - Año XXVII # 289

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