Festivales de cine en Belice y en La Habana

Galería de identidades en conflicto

Gabriel González-Vega (*)
gabriel.gonzalez.vega@una.cr

En ambas ciudades, que bregan con la pobreza y la geopolítica, el festival es ocasión de buen cine. Una propuesta pequeña pero encomiable en Belice; un inmenso evento repleto de filmes estupendos en el legendario encuentro habanero, el que seduce a miles y se recorre a pie por las anchas avenidas que ahora bullen de comercio artesanal y móviles inquietos.

En la llamada Honduras Británica, su directora atiende con entusiasmo el variado programa. Representar a Presos me llevó a un pueblo moroso y empolvado que recuerda a Limón hace décadas (el director Ramírez viajó a otros dos en Bruselas y Viena, donde ganó el Premio del Público en el Festival Centroamericano).

En Belice no hay salas de cine, solo pantallas en hoteles. Mas frente al Caribe proceloso, rodeado de cayos e islas como San Pedro (Madonna), con la devastación del huracán aún visible en los muelles retorcidos y arrancados de cuajo, los entusiastas apreciaron el 7° arte en el Bliss Centre for the Performing Arts. Contamos con el magnífico trabajo y asistencia del embajador Edgar García y los suyos; fue admirable su amabilidad y eficiencia. Así como hemos sufrido chascos, o hemos sido ignorados en otros países, algunos diplomáticos costarricenses, como en Bolivia (CAMPUS, Dos festivales/febrero 2017), sí trabajan amorosa y eficientemente en divulgar nuestra cultura. Recuerdo a la generosa Emilia Álvarez en Ottawa y a la magnífica Linyi Baidal en San Salvador (ambas con Password), el excelente trabajo de Isabel Montero, tan refinado y cordial, desde Ginebra (con Gestación) y con Presos desde Berna, así como a Jairo Hernández, tan atento con Presos, desde Singapur. ¡Qué alivio y qué gusto contar con diplomáticos como estos!

Además de las centroamericanas Ixcanul y Presos, cuyas virtudes han sido reconocidas por doquier (aunque Presos sufrió una proyección deficiente), nos convenció La tierra roja, un ferviente docudrama argentino que denuncia la explotación de un pueblo distante y humilde, envenenado con agroquímicos por una empresa papelera. Un guión sólido, de corte clásico, combina el cambio de conciencia de un voluntarioso capataz belga, impulsado por su novia activista, una maestra bondadosa, y la radicalización del conflicto, con la complicidad de políticos corruptos. Un tema vigente en un filme aleccionador. Interesante fue la mejicana El comienzo del tiempo, sobre dos ancianos pauperizados, cuya naturalidad cautiva. Mas la premiada fue Sabina K, escrita, dijeron, en Belice, mas ambientada en Bosnia. Una travesía cruel y manipuladora sobre una mujer maltratada que milagrosamente se salva de cuanta desgracia podía ocurrirle. Basada en hechos reales, es sentimentaloide y poco verosímil; un vehículo de fanatismo religioso. El corto premiado, Yochi, es un loable alegato ambiental; el incisivo Normal que con mucho ingenio y pocos recursos expone el desgarramiento venezolano, amplió allí su exitoso recorrido.

Heroísmo, conciencia y destino

Con Fidel Castro más presente que nunca en su ausencia de apenas una semana, con homenaje también al pionero Julio García Espinoza, el 38 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano mantuvo tono y estilo, su prodigio de exhibiciones con las fallas técnicas consabidas, y el vociferar de su maravilloso y experto público.

De 47 que vimos, subrayo cuatro espléndidas y aclamadas obras de arte: Acuarius es un viejo edificio frente al mar en Recife. Allí queda sola con sus recuerdos una dama valiente que se niega a dejar su hogar para satisfacer el afán de lucro. Jesús es un nini desorientado que cubre calles y parques de Santiago con su tribu de pop coreano, estimulantes y sexo fácil; a diferencia del modesto espacio que comparte a disgusto con su padre distante. Un ciudadano ilustre(Daniel) viaja del mundo intelectual y refinado de un Nobel de literatura (argentino) a su estrecho pueblo natal, ridículo y prejuicioso; el que detesta y a la vez nutre su obra. En Desierto, puñados de migrantes ilegales se queman corriendo hacia los Estados Unidos utópicos, acechados por un sanguinario cazador. En Acuarius, Clara (la fabulosa Sonia Braga) no cede ni ceja y con elegancia y entereza resiste a los invasores. Encarna la dignidad y la justicia; por cierto, este poema de libertad justo fue enarbolado contra los golpistas. En Jesús, el adolescente amoral (Nicolás Durán, entregado), envuelto en un asesinato atroz se ve obligado a pedir ayuda a su estricto padre, forzando el dilema moral. De la falta de sentido a la falta de libertad. El ciudadano… (el impecable Óscar Martínez) es conciencia rigurosa no exenta de cinismo. En busca de sus raíces aldeanas, choca con la miseria material y espiritual de la que huyó; la escoria en que basa su grandeza. En Desierto, Moisés (Gael García Bernal, idóneo), un hombre sencillo, sagaz y decente, encabeza la huida desesperada y expone la maldad estéril del perseguidor resentido. La xenofobia renace, mas la superan el ingenio y la solidaridad.

El artista Esteban Richmond y yo presentamos con gusto al entrañable corto documental de Nacho Rodríguez y Andrés Madrigal (que no pudieron viajar) Yo soy de allá, hecho con esmero y perspicacia, su sencillez guiada por la belleza de la imagen y la fuerza de su protagonista, una estudiante de la UNA proveniente de la Boruca marginada, mas llena de vigor y simpatía. El otro costarricense fue el largo El sonido de las cosasde Ariel Escalante, autor de interesantes cortos también. Éste me satisfizo por su redondez y buena factura. Un tema simple (un duelo), bien ambientado e interpretado. Pudo ser más breve, pero es coherente y sutil y mantiene el interés.

Dos hermosos filmes cubanos nos elevaron el espíritu. Un acucioso documental sobre la sublime Alicia Alonso, Bailar Giselle; y Esteban, una bella historia de talento y perseverancia, un niño que ama el piano y logra que un anciano profesor amargado lo tutore. La fuerza narrativa y la calidad actoral del cine cubano, de nuevo, en primer plano. Como en la premiada Los últimos días de la Habana del magistral Fernando Pérez.

Y, además, apunto: la genialidad del profundo drama familiar y social El vendedor (El cliente) del maestro iraní Asghar Farhadi; la demoledora La mujer del animal, rostro brutal del machismo, lo mejor de Víctor Gaviria; la sobria, intensa biografía de Emily Dickinson (Historia de una pasión) trazada por el riguroso y sensible Terence Davies; un nuevo ángulo sobre la pedofilia eclesial en la alemana Pecado; la delirante fantasía Región salvaje, del audaz Amat Escalante; el misterio y el afecto en la haitiana Ayiti mi amor e incluso, la decepción con la enrevesada Oscuro animal, sobre la violencia en Colombia. Sí, un tesoro de cine que pueden rastrear en la red.

(*) Académico jubilado del Centro de Estudios Generales-UNA

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    Marzo 2017 - Año XXVII # 284

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