La sonrisa de Istomin

Kristy Barrantes Brais (*)
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¿De quién? Sí, yo también lo hubiera preguntado hace unos días... de Denis Istomin, nativo de Uzbekistán,  tenista profesional,  30 años, 77 en el ranking de la ATP. Mucho gusto, señor matagigantes. El pasado 19 de enero,  en cinco maratónicos sets,  Istomin despidió al número dos del mundo del Abierto de Australia. Demasiado temprano, Novak Djokovic tuvo que empacar y regresar a casa.

La desfachatez con la que Denis Istomin venció al seis veces campeón en Melbourne se alimentó con alegría. Desde el primer set,  parejo y luchado de principio a fin (solo el primer game duró 16 minutos!), de vez en cuando se asomaba una sonrisa. Ahí, cuando lograba sacarle un punto rudo al serbio,  cuando fructificaba un interminable rally de golpes... Y ganó el set.  Sonreía. Algo tímido quizás. Y sudaba,  y luchaba, y volvía a sonreír... y vio dos sets escurrírsele entre las manos. Y volvió, a paso firme destronó a ese rival enorme para él. Y sonrió.  Era una sonrisa clara y sincera, sin el menor asomo de arrogancia. 

En la conferencia de prensa le preguntaron si había creído que tenía "alguna oportunidad" contra Novak. "Si no la tuviese, no habría motivo para salir a la cancha" contestó sereno.  La reposada transparencia del treintañero al responder me hizo pensar que así de sencillo es el contrato de la vida.  Nos la tenemos que creer cada día para salir y dar lo mejor. Para conquistar nuestros sueños.

La historia personal de Istomin tiene tintes de tragedia, un accidente de tránsito casi le arrebata una pierna, con las dolorosas consecuencias y luchas que eso tiene para cualquiera, un tanto agudizadas para un deportista con futuro. Menciona a su madre, quien lo entrena. Su fe en él, su apoyo para mantener la práctica perseverante.

La sonrisa de Istomin me dice que tenemos que hacer de la alegría nuestra compañera en cada paso del camino. Celebrar nuestras pequeñas victorias cotidianas. Acompañarnos de gente buena que celebre con nosotros. Disfrutar de nuestro transitar en esta vida. Total,  las grandes victorias son escasas y su efecto dura menos de lo que quisiéramos. Las victorias de todos los días las tenemos al alcance de la mano, nos podemos deleitar en ellas cada vez que les prestemos suficiente atención. Atrevernos a sonreír y luchar.

Algo hay de bonito en ver ganar a los que no se espera que ganen. Nos inspiran. Son humanos, cercanos. Son "de los nuestros", "de la canalla". Quizás lo que tengamos al frente no sea un oponente de apellido Djokovic, pero cualquiera que sea el reto, apuesto a que nos irá mejor si sonreímos. A Istomin le fue muy bien.

(*) Psicóloga, Departamento de Orientación y Psicología Académica, Escuela de Ciencias del Movimiento Humano y Calidad de Vida-UNA

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    Marzo 2017 - Año XXVII # 284

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