Entrelíneas

Yo soy la platina

Gerardo Zamora

Por años, nos rasgamos las vestiduras ante el viacrucis de la conocida platina. Sin embargo, la percepción que construimos frente a este ícono nacional, es un asunto de cara y cruz, látigo y curita, llanto y mofa a la vez, una descripción de cabeza a pies de cómo nos imaginamos y cómo somos.

Nadie nos apea del tribunal de juicio: 5 millones de ingenieros con el plano soñado debajo del sobaco. También, abundarán los memes y chistes de la tal platina, quizás porque nos resulta algo familiar, ¿¡algo?! La chota, "elegante" válvula de escape, ocultará magistralmente el rostro que nadie quiere ver, es el suyo y el mío, porque en cada metro cuadrado del famoso puente, en cada intento frustrado por arreglar el tanate, en cada medida disparatada para mitigar el desastre, allí, con casco y todo estamos usted y yo.

A ver. Deje de darse cachetaditas diciéndose "espejito espejito quién es el más bonito". ¿O no ha visto la platina de trabajo que tiene?, reuniones de galletitas sin resultados, informes estériles, comisiones sin rumbo. Y ¿cómo anda la platina de hogar que tiene? ¿O su casa es la autopista perfecta? ¿Y la platina de cuerpo que tiene. . . qué tal? La grasa acumulada de promesas de gimnasio inconclusas, promesas como las de la platina. La obesidad de malos hábitos alimenticios que usted renegoció una y otra vez, como se renegocia un mal proyecto vial.

En las profundidades de nuestro ADN flota una platina, ¡yo soy la platina! Pero eso no debe ser motivo de desazón. Tranquilícese. La platina le acompañará hasta el último día de su vida. Más bien acéptela, reconózcala, aprenda a convivir con ella, reconcíliese. Es parte de la miseria y la pequeñez humana. Una sana práctica de autoobservación (Antony de Mello) es la llave para entendernos mejor como seres humanos. Este podría ser el primer paso en la titánica tarea por arreglar su platina, en un esfuerzo que probablemente nunca terminará. Aconsejo hacerlo en silencio, discretamente, y por favor, guárdese los planos de ingeniero perfecto, del arquitecto intachable, que de pronto le sentará mejor caminar felizmente por las polvorientas calles de nuestros abuelos.