La historia interminable:

El huracán Kattie y la coyuntura de emergencia nacional de 1955

“…el temporal se mantiene.  Familias con hambre en sectores aislados por derrumbes en Carretera Interamericana. Otro huracán amenaza con empeorar las condiciones del tiempo… Dota totalmente aislada; cuantiosos daños en Tilarán, pérdidas incalculables en Puerto Cortés; llegan aviones y helicópteros de la zona del Canal de Panamá; llueve ahora en Limón; treinta mil botellas de leche menos; empieza a sentirse escasez de alimentos en mercado…  En Liberia continua el mal tiempo y el río Tempisque se desbordó.  El día de ayer a las 6 a.m. comenzaron de nuevo las lluvias, y en Nicoya desde la madrugada, en tanto en Santa Cruz llovió torrencialmente toda la noche...”.  (Diario de Costa Rica. 18-10-1955. p. 1 y 12).

Carlos Hernández Rodríguez (*)
carlos.hernandez.rodriguez@una.cr

Ya casi hace 30 años, en 1988, el país, y muy especialmente las distintas regiones del Pacífico sufrieron los estragos provocados por el huracán Joan (mas conocido como Juana), que en aquella ocasión estuvo incluso cerca de tocar tierras del Caribe costarricense.  Curiosamente la afectación que conmovió a la ciudadanía a finales de los años 1980, tenía precedente en una olvidada coyuntura de desastre, acaecida 33 años atrás, en setiembre-octubre de 1955, cuando una serie de ciclones originados en aguas del Caribe (Hilda, Janet y Kattie), sin llegar a tocar territorio centroamericano, terminaron afectando varias de las principales cuencas y comunidades especialmente ubicadas en tierras inundables del litoral Pacífico.

Distintos estudios han remarcado el muy notorio hecho de que el istmo centroamericano con frecuencia se ha visto afectado por ciclones y fenómenos atmosféricos, como fue el caso de los huracanes Camille (agosto, 1969), Irene (setiembre, l97l), y Fifi (setiembre, 1974).  De acuerdo con dichos estudios, Gilbert que fue el huracán más fuerte del siglo XX, causó menos daños que Cesar (julio, 1996), Joan (octubre, l988) y Kattie (octubre, 1955). Todos sin embargo, lucen apocados, si se comparan con el terrible huracán Mitch (octubre 1998), que provocó 11.000 decesos y pérdidas por más de 5 mil millones de dólares (únicamente contabilizadas en Nicaragua y Honduras).

Aparte de un ciclón que se ha sostenido afectó directamente a Costa Rica en el siglo XIX, y más recientemente del huracán Otto (noviembre, 2016) que provocara serios perjuicios en distintos puntos del norte del país, diversos sistemas de baja presión, por su posición, trayectoria y velocidad de desplazamiento, llegaron a producir precipitaciones y daños de similar e incluso mayor magnitud, como fue el caso de las depresiones tropicales Alma (mayo, 2008) y Nate (setiembre, 2017).

En el año de 1955, Kattie, una depresión tropical durante varios días casi inmóvil en aguas del Caribe panameño, antes de adquirir la condición de ciclón, provocó lluvias proverbiales, dando lugar a la saturación de suelos, deslizamientos, represamiento de ríos y quebradas, alteración de cauces y grandes inundaciones.

En aquel singular “temporal de octubre”, la carretera Interamericana Sur quedó interrumpida por cuatro derrumbes y en toda la zona, tras 72 horas de lluvia continua, se suspendieron del todo los vuelos. La gran cuenca del Térraba era en el recuerdo de algunos pobladores, como “una gran marejada” que inundó Palmar, inhabilitó fincas bananeras, destrozó parte del puente del ferrocarril, el campo de aterrizaje y la Zona Gris.

En Pérez Zeledón, hubo interrupción del fluido eléctrico, se produjeron varios deslizamientos en la Palma que la aislaron de Dominical, varias casas fueron arrastradas en La Hermosa, por el mismo río embravecido que arrasó con todos lo puentes, incluido uno inaugurado por el presidente Figueres Ferrer solamente 15 días atrás en General Viejo.

En el Pacífico Central, la Zona Norte, Guanacaste y el Valle Central, de igual modo, se reportaron derrumbes, inundaciones y pérdidas materiales en puntos tan distantes y dispersos como Paquera, La Cuesta, Upala, Liberia, San Ignacio de Acosta y Bebedero, de lo cual quedó la curiosa evidencia de fotos en las que aparte de imágenes grisáceas y paisajes invernales de botas, capas, sombreros y paraguas, se aprecia por doquier la gente a resguardo de la lluvia, puentes destruidos y botes navegando sobre calles inundadas y céntricos parques reconocibles solo por las salientes copas de los árboles.

En Orotina y Barranca, donde en unas horas se superó la precipitación del mes entero, hubo serios perjuicios, por arrastre de materiales, se dañaron y dejaron de funcionar represas hidroeléctricas en el Virilla, y en distintos cantones de Guanacaste y la Zona Norte se reportó la pérdida de cosechas e infraestructura económica.

Aparte de lamentables muertes por ahogamiento, hubo un saldo en pérdidas materiales que la solidaridad ciudadana y el gobierno en lo inmediato apenas aliviaron, dentro de un cuadro de apremio e insuficiencias, complicado por el hecho de que apenas se habían empezado a superar los estragos y pérdidas ocasionadas por el huracán Hazel, que de igual modo afectó, en 1954, las tierras bajas y zonas de alto riesgo del Pacifico.

La recuperación posterior al evento tomó su tiempo. El impacto económico de la emergencia afectó a grandes empresarios como la Compañía Bananera, así como a pequeños productores agropecuarios y a pobladores rurales y urbanos locales que perdieron buena parte de sus haberes y en distintas localidades se dependió por algún tiempo de andariveles, vigas y puentes hechizos para rehabilitar las comunicaciones y poder continuar con la vida y el trabajo.

De todo lo anterior llama poderosamente la atención, la coincidencia en términos de las dinámicas, las intensidades y magnitudes de los eventos, así como la similitud de los tiempos y los espacios de la afectación. Las coyunturas críticas en lo absoluto son iguales, y sin embargo, resulta llamativo el que se repitan los nombres de los sitios y zonas especialmente castigadas por este tipo de fenómenos hidrometeorológicos.

¿Por qué se habla de que los hechos recientes no tienen mayor precedente en la historia del país? ¿Qué tan comparable fue el tipo, pertinencia y prontitud de las respuestas a lo largo del tiempo? ¿Qué tan comparables las políticas y sentidos de previsión, el rol de los medios y la acción de los entes públicos y privados? ¿Qué tan resolutiva y afinada resultó la institucionalidad y la estructura de asistencia frente a las contingencias en contextos sociohistóricos tan disímiles? y más allá de todo esto ¿qué escenario podría dibujarse en las circunstancias de poblamiento, urbanización, gestión del riesgo y movilización de recursos y redefinición de políticas actuales, si se repitiera la peculiar circunstancia de dos años continuos de desastre, en los mismos sitios usualmente afectados en la temporada de huracanes?, son todas interrogantes sobre las que, mas que interesante, resulta urgente trabajar.

(*) Académico Escuela de Historia, Universidad Nacional.

Nota:

Este artículo deriva de una investigación anterior realizada junto con Carlos Jiménez Granados, planteado en coincidencia con una línea de investigación sobre historia de los eventos hidrometeorológicos desarrollada por investigadores e investigadoras del programa Observatorio de historia ambiental de la Escuela de Historia de la Universidad Nacional.

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