Por la Calle de la Ronda

Marcela Otárola Guevara (*) para CAMPUS

motarolag@gmail.com



La UNA, asentada frente a la Calle de la Ronda (Calle 9), podría trabajar para aportar a la transformación de la comunidad que la vio nacer.

Cuando se habita en una ciudad, es común advertirla con mayor claridad, por las molestias que genera como resultado de la interacción humana que hay en ella y que producen movimiento, atributo de toda urbe emanado de distintas formas de apropiación espacial. La apropiación espacial es, a su vez, un acto del ser humano que trasciende el mero aprovechamiento utilitario de un lugar; es el uso dado a un sitio según su significado.

Empero ¿de dónde procede el significado? La pregunta es pertinente al observar que las estructuras materiales que componen un asentamiento, gozan de una edad que supera la de varias generaciones de sus habitantes. Para formular una respuesta, es importante señalar la asociación del significado con el tiempo, dimensión en cuya trayectoria se muestran las coyunturas donde se devela la cosmovisión de quienes han establecido los patrones de comportamiento, elementos definidores de un determinado orden territorial o una forma arquitectónica. Esos hábitos, como acciones ejercidas regularmente por el individuo, establecen un vínculo sustentado en la experiencia que deviene de su vivencia en el espacio, forjando un apego que evoca emociones, historias y símbolos, con el cual se instaura un significado que brinda un sentido especial al lugar.

Por consiguiente, el significado crea arraigo en una ciudad y conocer cuáles interpretaciones espaciales se han preservado, resemantizado o suprimido, contribuye a comprender el sentido (fomentado o menoscabado) de pertenencia del ciudadano. De acuerdo con lo dicho, se encuentra en la historiografía un campo que permite estudiar temas atinentes a esta situación y un ejemplo de ello yace en el cantón central de Heredia.

La transformación de Heredia

Un repaso sobre la historia de la conformación del núcleo urbano del cantón florense nos muestra cómo su espacio urbano se ha transformado y apropiado según la injerencia expresa de grupos hegemónicos que le han brindado distintas connotaciones al asentamiento.

Al leer registros antiguos de la ciudad de Heredia que datan del siglo XVIII, se nota que su fundación y disposición territorial obedeció directrices políticas y religiosas. A través de una ordenanza en 1755, la autoridad colonial española dictaminó la congregación en Cubujuquí (sita actual de su cantón central) de los habitantes diseminados en el Valle de Barva quienes, acatando el mandato se organizaron en torno a la Iglesia, institución rectora del ordenamiento social y urbano que aprovechó tal centralidad para destacar su jerarquía.

La Iglesia, representada en el templo, se tornó en referente de poder (legitimado al concedérsele el título de parroquia en 1734) y, al establecerse a su alrededor la plaza, el cabildo y la cárcel, se instauró un centro de autoridad eclesiástica, política y comercial; significación que se fortaleció con la construcción en ese contorno de las casas de los miembros de la élite local y con el desplazamiento de la población pobre hacia la periferia.

En el siglo XIX, tras la independencia y como resultado del proceso de conformación del estado costarricense, el componente militar se manifiesta en el centro del poblado al erigirse el edificio militar del Fortín junto al ayuntamiento, instancia que se trasladó al norte de la Iglesia para dar espacio al cuartel acentuando el carácter gubernativo en el lugar. El núcleo alberga a la clase política y ésta empieza a emular las pautas de ordenamiento de las urbes europeas para modernizar la ciudad. De esta forma, en la segunda mitad del siglo XIX, se invierten en obras de infraestructura hídrica y eléctrica, se construye un nuevo mercado y Heredia se articula a la red ferroviaria nacional.



El Liceo de Heredia, dio origen a la Escuela Normal, posteriormente llamada la Escuela Normal Superior y base fundacional de la UNA en 1973.

Al finalizar esta centuria, la dirigencia política nacional procuró la formación de un imaginario de nación y para ello emplearon la educación. Esta iniciativa produjo una reforma educativa que propició la creación de varias escuelas en el centro urbano, entre ellas la Escuela República Argentina, la Joaquín Lizano Gutiérrez, la Rafael Moya Murillo y la Braulio Morales, estas tres últimas llamadas así en honor a ciudadanos heredianos que ocuparon puestos en el gobierno nacional y local. La actividad pedagógica aumenta con la creación del Liceo de Heredia, institución que dio origen a la Escuela Normal, posteriormente llamada la Escuela Normal Superior y base fundacional de la Universidad Nacional en 1973. Así en el siglo XX se marca una impronta educativa en la urbe que subsiste en la actualidad.

Queda demostrado con este caso, que la ciudad es una construcción social constante. Los cambios a efectuar en ella y el manejo de sus consecuencias, dependerá del conocimiento sobre el objeto a intervenir y eso involucra el sentimiento de pertenencia del lugar devenido de la interacción que ha comportado. En este sentido, la academia juega un rol importante en el estudio de la mutación de la morfología urbana y la Universidad Nacional debería abocarse a él con mayor fuerza dado el impacto que genera la profusa interacción que produce a su alrededor. La UNA debe mirar con mayor agudeza crítica su entorno urbano inmediato, al igual que lo ha hecho en las zonas rurales, y tener una mayor participación en la atención de los problemas que allí se presentan. La protección del patrimonio—tangible e intangible—para preservar la memoria histórica; la valoración de la calidad del ambiente para hacer los espacios habitables y amenos, el registro de los distintos tipos de vinculación para comprender formas de socialización, son algunos aspectos en los cuales la Universidad, asentada frente a la Calle de la Ronda (Calle 9), podría trabajar para aportar a la transformación de la comunidad que la vio nacer.





(*) Licenciada en Arquitectura de la Universidad de Costa Rica y Magister Scientiae en Historia

Aplicada, Escuela de Historia, la Universidad Nacional.

Nota: La autora agradece a los investigadores M.Sc. Gertrud Peters Solórzano y M.Sc José Manuel Cerdas Albertazzi los aportes brindados en el acopio de la documentación que sustenta este escrito.

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    Setiembre 2017 - Año XXVII # 290

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