Detroit las pistas del racismo y la misoginia

Gabriel González-Vega (*) para CAMPUS
gabriel.gonzalez.vega@una.cr

Las colinas Kennesaw, cerca de Atlanta, conservan las trincheras y los cañones que los confederados usaron para defenderse, hasta que derrotados vieron arder a la ciudad que el viento se llevó. Ahora es una urbe pujante donde se levantan los imperios de Coca Cola y CNN. La devastadora guerra civil enfrentó modos de producción y culturas antagónicas. El esclavismo, ilegalizado, se mantiene vigente en el racismo, ahora envalentonado por la caótica e indecente administración Trump. Una correntada autoritaria asola el mundo con fundamentalismos religiosos y totalitarismos políticos.

Allí asistimos al estreno del último testimonio de la talentosa, valiente y reconocida directora Kathryn Bigelow, Detroit, filme radical que pese a su enorme calidad y aterradora relevancia flaquea en taquilla y recibe comentarios discordantes.

Bigelow, de sólida formación como pintora y cineasta (Punto de quiebra es uno de sus logros), destacó con dos relatos densos y ambiguos que lograron múltiples premios y elogios (fue la primera mujer en ganar un Óscar a la Mejor Dirección y otros galardones análogos). Tanto En tierra hostil como La noche más oscura trata con aplomo temas políticos complejos y polémicos. The Hurt Locker, ambientado en la Guerra de Irak, muestra a un formidable Jeremy Reiner como experto en desarmar explosivos. Y Zero Dark Thirty explora la persecución de Osama Bin Laden. En ambos hay una puesta en escena envolvente, atenta al detalle y de una enorme fuerza pictórica y conceptual. Su intención crítica contra la guerra y sus daños colaterales la ha reiterado, mas su exposición cruda de los entornos y perfil matizado de los personajes confunde al público que a veces interpreta lo contrario.

Volvió a trabajar junto al filósofo e incisivo dramaturgo Mark Boal para recordar el 50 aniversario de los brutales disturbios raciales de Detroit—la primera urbe pavimentada de los Estados Unidos, sede del emporio automovilístico—. Con destreza y energía describe los orígenes de esos enfrentamientos confusos en los barrios de afrodescendientes pobres. Primero da un marco de referencia, clave para entender su investigación y reescritura del caso del Motel Argelia, donde fueron torturados y asesinados tres jóvenes negros por tres policías blancos manifiestamente sádicos, a los que el sistema judicial prácticamente exoneró. Acusada—injustamente, creo—de hacer pornografía de la violencia, expone el pavoroso proceso que sirve de ejemplo al clima de la época. Pienso que a muchos incomoda verse en ese espejo de abusos, les suena mejor eludir la realidad y limitarse a El hombre araña et al. También se le reclama que como mujer blanca no debería hacer un filme sobre el maltrato a hombres negros. Esta descalificación, ajena a la obra, es paradójicamente racista, además de misógina; dos mentalidades que con frecuencia van juntas. He leído a algunos de sus detractores y no me convencen; pareciera que la envidia y la cerrazón pesan mucho. Leer académicos llamando a no ver el filme—el más peligroso del año, dicen—aclara su propia pobreza intelectual y espiritual.

En realidad este potente y doloroso drama está hábilmente construido, con numerosos signos y símbolos que muestran una visión ponderada y sagaz del tema y sus ramificaciones. En el contexto actual es un filme indispensable para comprender mejor horrores que vuelven a aflorar. Este relato crudo contribuye a lo que el genial Roger Waters propone en su concierto Us and Them—con el que nos identificamos en Chicago—Resist! Sí, hoy se trata de resistir el avance del fascismo; y el arte está en primer plano de esta lucha crucial.

(*) Académico jubilado de Estudios Generales-UNA