Entrelíneas

Amigos públicos, preocupaciones privadas

Víctor J. Barrantes C. / CAMPUS

Uno de los grandes dilemas de la actualidad, para quienes se mueven en el mundo de la comunicación (incluyo a quienes se convierten a sí mismos en un medio), es decidir si se paga o no por obtener seguidores, su procedencia y los temas con los que queremos lograr empatía.

Probablemente para quienes crecimos bajo otro paradigma, nuestra primera reacción sea de resistencia, especialmente si seguimos pensando en las formas como tradicionalmente difundíamos la información; es decir, publicar el mensaje en la red e ir ganando adeptos que se sumarían paulatinamente a nuestra lista de seguidores... y quizá seguimos creyendo que esa es la forma natural de hacer las cosas.

Cuando algunas redes sociales empezaron a sugerirnos que pagáramos para obtener más seguidores, nos cuestionamos para qué, si de todas maneras ya estábamos llegando a la gente que queríamos. Sin embargo, la práctica vino a demostrar que hay ocasiones en que esta estrategia sí funciona, por una ecuación muy sencilla: si los amigos de mis amigos son mi amigos, voy a tener mayor resonancia en un universo en donde todos tenemos algo en común. Y así lo entendieron quienes se dedicaron a emprendimientos que requerían de cierto eco.

¿De qué le sirve a uno tener seguidores que no lo conocen, vale la pena pagar para tener “falsos” amigos? Parece que quienes se dedican a vender bienes o necesitan esparcir informaciones más allá del que creen que es su ámbito de acción, sí le han sacado provecho. Un ejemplo nos lo da Ted ONeill, fundador de Narrative and Social Strata, pues, como lo plantea, es posible que a través de falsos amigos se logren seguidores reales y, entre esos, gente que sí se interese por nuestra oferta.

No obstante, con todo y las bonanzas que podríamos lograr gracias a esta cadena de contactos, tener amigos de mentirillas en la política electoral no es tan bueno. Muy rápidamente los candidatos a la presidencia de Costa Rica salieron a desmarcarse de los “fans” que les salieron de otras latitudes. Presumir de tener un millón de amigos parece ser mas bien perjudicial, pues en tiempos en donde quedan rastros de todas nuestras interacciones en el ciberespacio, tener seguidores de Australia, India, Indonesia, Filipinas Pakistán o Bangladesh para causar un efecto de multitud y ganar rating, no nos sirven para “construir” una realidad que, en todo caso, no va a resistir el análisis documentado (cuidado con esos que andan vendiendo la idea de que sí es posible construir realidades). Es aquí entonces donde más vale tener amigos de verdad, de esos que se pueden presentar en público, que aquellos de cuyas filiaciones nada sabemos.

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    Febrero 2018 - Año XXVIII N° 294

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