La mejenga de Güilas y otras fintas

Gabriel González-Vega
gabrielgv@una.cr

Disfruté y recomiendo esta serie de vívidos relatos, resumida en la acepción de Güilas como niños (y no en la de “la güila” por la novia), de connotación paternalista. No por sus discutibles méritos cinematográficos sino por su certera mirada nacionalista, evocadora y refrescante, aunque superficial, de nuestra condición de “ticos”.

Fui a ver Güilas, de Sergio Pucci a sala llena y me llamó la atención cómo participaban los espectadores desbordando sus emociones, algo que ya había visto con nuestra Gestación. Fervor que no lograron tres previas realizaciones que al igual que Güilas, ruedan con el fútbol: Italia 90, Un hombre de fe y Marcos Ramírez.

Mas que una película, Güilas son ocho cortos; el último vincula a todos los personajes. Tienen en común que todos los protagonizan varones jóvenes y sus travesuras. Representan a las siete provincias, y se vuelve a Puntarenas para el final. Pienso que faltó idear una introducción y establecer continuidad entre las narraciones. Mas el público perdona esto y la inverosimilitud de varias situaciones, pues se deja atrapar por los elementos idiosincráticos y por la frescura de la puesta en escena y las interpretaciones. La gente quiere ver eso. Y lo agradece. Hay un acierto enorme en la sencillez y la inocencia de las anécdotas y su puesta en escena. Sin embargo, siento la obra festinada. Lástima que no se la tomaron más en serio, que no pulieron forma y fondo para lograr no solo el meritorio y explicable éxito de taquilla, sino un producto más acabado y perdurable.

Cuerpos de hombres, cuerpo de mujer

Güilas acierta con niños que despiertan ternura y simpatía y su tono picaresco. Quizá porque los autores explican el origen de los relatos en cuentos de su padre, solo dos mujeres la protagonizan. En Cabin in the watta (cada relato tiene su canción), la mejor y más diferente, una niña es compañera del niño en su hermoso proceso de buscar alimento en la costa de Puerto Viejo para luego servirlo en un modesto restaurante local. Éste es un corto excepcional, donde la buena fotografía de todo el filme alcanza sus mayores logros, tanto en la descripción de sus afanes como en el vuelo poético con que observa la exuberante naturaleza y la acogedora cultura. No hay “tortas” en ésta más si un itinerario hermoso y sorprendente. La otra niña aparece al final, como objeto de deseo masculino. Esto es natural y a la vez patriarcal; vale que el filme destaca su habilidad en el fútbol como un atractivo culminante, trastocando los roles de género.

Pese a lo improbable, es un acierto unirlos a todos en una mejenga desmelenada a la orilla del mar, con énfasis en lo lúdico, lo amistoso, lo desenvuelto. Es el opuesto a la valiosa, incómoda e inquietante Medea, de Alexandra Latishev, que también recomendé por su audacia, tanto conceptual como formal. Cómo logra construir una atmósfera claustrofóbica: planos cercanos, cerrados, un cuerpo femenino que se arrastra, se retuerce y se rebalsa. Filmada en espacios interiores de una cotidianidad grisácea, donde los contactos humanos son cubiertos con un velo de superficialidad que nunca se descubre, revela una voluntad indecisa que quiere romper cadenas. Angustia la incomodidad de esa mujer con un embarazo no deseado en contraste con el alegre empoderamiento de los chiquillos dueños de su cuerpo y de sus acciones, donde el conflicto es nimio. Ella sufre un rol impuesto que no se discute y se naturaliza pese a que corresponda a procesos económico sociales evidentes y a la vez ocultos.

Medea, como cine arte y como texto crítico sobre género debe verse. Y por por su mirada ingeniosa y cálida a lo nacional, por el candor y ligereza del tratamiento, porque los intérpretes con ser disímiles y a veces inexpertos cautivan y hacen reír de buena gana, vale disfutar de Güilas, un filme curioso, ligero y agradable.

(*) Académico jubilado de Estudios Generales-UNA.

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    Junio 2018 - Año XXVIII N° 298

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