El gobierno del bicentenario, primera estación

Superadas las vicisitudes y peripecias de la primera y segunda ronda electorales que condujeron a la victoria de Carlos Alvarado Quesada, la siguiente estación en la travesía quedó definida por la conformación del gabinete que, según lo ofrecido a la ciudadanía, debía responder a la figura de un gobierno de unidad nacional (multipartidista) y paritario en términos de género.

En un acto repleto de simbolismos—por realizarse en una centenaria escuela y sin mayores rituales—el compromiso delineado por el presidente de avanzar en la precitada dirección, se plasmó a plenitud el jueves 26 de abril con la convocatoria al gabinete de figuras del Partido Acción Ciudadana (PAC), Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), Partido Liberación Nacional (PLN) y el Frente Amplio (FA), mediando en algunos casos sendas negociaciones con los directorios de las agrupaciones políticas allí representadas.

Respecto a la integración del gabinete misma, nos muestra una expresión variopinta, con profesionales y personalidades de trayectoria en las distintas carteras ministeriales y ámbitos de acción estatal, alcanzándose por primera vez paridad de género, con el remarcable hecho de la designación de la vicepresidenta de la República, Epsy Campbell, como canciller.

Llama también la atención la figura de las coordinaciones sectoriales que no recaen en ministros o ministras de línea sino de figuras muy reconocidas de la comunidad nacional por sus calidades técnicas y políticas, a quienes se les confiere el rango de ministro o ministra. Esta parece ser una solución para profundizar y dar mayor operatividad a los consejos presidenciales establecidos desde la administración Chinchilla Miranda.

En un país donde la capacidad de acuerdo experimenta bajos umbrales, este gobierno de unidad nacional abre posibilidades reales de alcanzar fórmulas flexibles de arreglo político que favorezcan la gobernabilidad y la gobernanza democrática, a efectos de superar cuellos de botella acumulados en la gestión pública y el proceso de desarrollo nacional, avanzando de hecho hacia lo que en la práctica experimentamos como una rudimentaria democracia semi parlamentaria.

Solo el tiempo nos dirá cuan afortunada resulta finalmente esta apuesta que ahora se puede valorar desde la ilusión de que las cosas vayan bien para el gobierno y el país, pero que también nos llama, desde el ejercicio del sano escepticismo, a mantener la mirada crítica y dejar de lado la autocomplacencia tras un decepcionante cuatrienio donde la palabra cambio devino en palabra gastada, y los partidos políticos actuaron más como maquinarias electorales que como instancias de reflexión y acción guiadas por el bienestar de las grandes mayorías.

(*) Catedrático, subdirector Escuela de Economía-UNA