
La casa por la ventana
Los árboles y el bosque
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Ahí está el principio que aconseja mirar el bosque, no solo los árboles. Como todo célebre adagio, es una metáfora que nos alerta de que el pensamiento y la acción humanos están tironeados entre lo particular y lo general, en un vaivén desde los hechos concretos a las consecuencias mayores; digámoslo con un poco de lirismo: entre las gotas de agua y el torrente del río.
La historia de nuestra universidad —hablo, claro, en esta columna, de la Universidad Nacional, nuestra UNA— ha transcurrido entre acontecimientos concretísimos y una lenta evolución que la ha llevado a estar como hoy está. Desde su nacimiento (o renacimiento, si la vemos como hija natural de la secular Escuela Normal de Costa Rica), ha librado combates, se ha estancado por momentos, ha crecido con dificultades, les ha plantado cara a los fantasmas de ciertas fuerzas políticas que la asechan y amenazan. Pero poco se sabría de su historia si nos limitásemos a revivir o sobrevalorar aquellas acciones particulares, por célebres o emblemáticas que hayan sido.
Los recientes días convulsos que la institución ha tenido que afrontar, si bien crispados y fatigosos, son episodios que deberán, una vez más, superarse, sin magnificarlos ni subestimarlos. Detenerse y regodearse en ellos es solo mirar el árbol, con este o aquel detalle llamativo, si da frutos o si está enfermo en su interior. Observemos los alrededores (el contexto, dirían los sociólogos): ¿les pasa lo mismo a los demás del bosque?
Puede que las circunstancias nos conminen a adoptar medidas radicales, excepcionales incluso, para resolver una crisis, que siempre es como el árbol, una parte apenas del bosque o de la selva. Romper el juego democrático, la funcionalidad institucional y hasta la más elemental convivencia social equivaldría a quemar el árbol enfermo, sin más ni más, y con ello provocar la conflagración del bosque, sin control ni remedio.