Laguna Madre de Dios

Iret confirma contaminación permanente en Bataán

Investigadores de la UNA evalúan presencia de agroquímicos, cambios en el hábitat y uso de suelos, además estudian el impacto de estos factores en la Laguna Madre de Dios.

Laura Ortiz C./ CAMPUS
lortiz@una.cr

“Yo tenía como 10 años, había muchos peces: sábalos, robalos y tiburones que comenzaron a desaparecer con la llegada de las bananeras…” Julio Knight

“Llegaron las bananeras y llegó la contaminación. Uno viajaba por el río, pasaba la avioneta y el aire se ponía como cuando llueve un poquito, y eso lo tocaba a uno. Poco a poco va enfermándolo a uno”, Henry Knight Mclean.

Don Henry llegó hace casi 55 años a la Laguna Madre de Dios. Esta comunidad, ubicada en Bataán de Matina, alberga unas 100 familias, dedicadas a la actividad turística, la pesca y la producción de coco.

Una mañana de 2003, aquella laguna rodeada de vegetación y animales, amaneció con decenas de peces muertos. Entonces el Instituto Regional de Estudios en Sustancias Tóxicas de la Universidad Nacional (Iret-UNA) se encargó de documentar aquel evento: un derrame accidental de un fungicida había causado la tragedia, y marcó el inicio de una investigación que se ha mantenido durante más de 15 años, en procura de salvaguardar la biodiversidad y la salud de las familias.

“La cuenca tiene mucha riqueza en la parte baja y actividad agrícola en la parte media. Los primeros trabajos detectaron la presencia de plaguicidas, ahora también tenemos un proyecto FIDA en conjunto con el Departamento de Física y el Instituto de Investigación y Servicios Forestales (Inisefor-UNA) y la colaboración de la Escuela de Ciencias Biológicas, donde se estudia la biodiversidad de la laguna, la hidrografía y los cambios en el uso de suelo”, explicó Freylan Mena, investigador del Iret-UNA.

Entre 2016 y 2018 se realizaron mediciones de caudal de los afluentes que alimentan la laguna y se midieron variables como temperatura, salinidad, concentración de clorofila, oxígeno disuelto y turbidez. También se realizaron batimetrías y mediciones de temperatura superficial.

El estudio encontró que la laguna recibe tres veces más caudal de los ríos en el periodo de octubre a diciembre—cuando es más dulce—que en el periodo de marzo a abril, esto parece indicar que presenta una variabilidad hidrográfica relacionada con la estacionalidad de las vertientes Pacífica y Caribe.

En época seca la laguna estuvo dominada por agua salina debido al bajo caudal de los ríos, lo que pudo traer consecuencias importantes en la abundancia y distribución de fauna acuática.

Con respecto al cambio del uso de la tierra, Mauricio Vega, investigador del Inisefor-UNA, documentó entre 2005 y 2019 un muestreo basado en interpretaciones visuales, utilizando imágenes de alta resolución, distribuidas sistemáticamente en el territorio. Según este estudio, se redujo el área de los bosques en 1592 ha y los usos de la tierra que más ganaron terreno fueron los pastos y cultivos.

Pequeños delatores

Esta laguna es un sistema de gran riqueza biológica que abarca tanto organismos de agua dulce como de agua salada; las microalgas son la base de ese equilibrio ecológico.

“Hemos muestreado, desde 2014, los microfitobentos, una comunidad de algas que sea adhiere a las plantas y que nos pueden dar un panorama de lo que ha ocurrido desde meses atrás. Las especies más abundantes pertenecen al grupo Bacillariophyta y a éste pertenecen especies indicadoras de contaminación orgánica y con potencial de eutrofizar cuerpos de agua. El segundo grupo más numeroso resultó ser Cyanophiceae, conocidas como cianobacterias, especies resistentes a diferentes tipos de contaminación, por lo que se usan como indicadores biológicos.

La toxicidad de los herbicidas puede afectar a las microalgas inhibiendo o limitando su crecimiento por afectación de la fotosíntesis, la síntesis de pigmentos fotosintéticos y otros. En algunos casos, a concentraciones bajas de herbicidas, el crecimiento de algunas especies de algas verdes puede verse estimulado, pero la persistencia de estas sustancias y mezclas de estas con otros plaguicidas, pueden tener un impacto negativo en especies muy sensibles si se mantienen expuestos durante periodos de tiempo considerables o si las concentraciones del tóxico son elevadas”, dijo Rocío Ugalde investigadora del Iret-UNA.

Con este proyecto también se realizó una caracterización de los peces de la laguna. Entre 2014 y 2018 se identificaron 36 especies donde el robalo es el de mayor abundancia y es de gran interés el para consumo local y las actividades deportivas, mientras que la presencia de especies invasivas, como el pez diablo, puede ser señal de degradación.

“Planteamos evaluar si los peces pueden estar sufriendo a nivel fisiológico con la exposición a niveles no letales de plaguicidas en el agua, utilizamos biomarcadores químicos y encontramos relación entre algunos insecticidas con respuestas de biotransformación y estrés oxidativo, mientras que la presencia de hierbicidas y un fungicida, se relacionaron con efectos a nivel nervioso”, detalló Mena.

La vegetación acuática es otro componente de este ecosistema. De acuerdo con el investigador Fernando Ramírez, del Iret-UNA, en seis años de evaluación se han cuantificado pocos cambios en la composición florística de los bordes. Sin embargo, destaca el aumento en los índices de cobertura y frecuencia de pasto Brachipará, el cual ha desplazado el Echinochoa polystachya (pasto alemán) de las áreas de vegetación semiflotante. Estos cambios podrían ocurrir por la alta cantidad de nutrientes y partículas que son arrastradas de los canales de drenaje y que son atrapadas por las raíces de las plantas.

Esta laguna recibe, entre otras, aguas de los ríos Madre de Dios, Pacuare y del canal de Bataán, cuyas cuencas atraviesan cultivos de banano, piña y arroz. Estudios realizados desde el 2009 evidencian la presencia constante de plaguicidas en las aguas de la laguna procedentes de estos cultivos, lo que desencadena efectos negativos en el ecosistema, donde se incluyen eventos de mortalidad masiva de peces.

De acuerdo con los investigadores Seiling Vargas y Clemens Ruepert del Iret-UNA, para el periodo 2016-2018 se monitorearon residuos de plaguicidas. Entre los resultados destaca la presencia de más de 20 plaguicidas.

Según los expertos, algunas de las concentraciones detectadas como ametrina, diuron y etoprofos superan los niveles que representan un alto riesgo para la biodiversidad de los ecosistemas acuáticos de la laguna, por lo que urge intervenir para protegerla.

Mientras los investigadores aportan datos para el resguardo y la conservación de este paraíso natural, como lo llaman sus pobladores, don Henry, de 87 años recuerda con nostalgia su llegada a la laguna. “Nosotros no sacábamos los botes pequeños porque nos daba miedo que los robalos saltaran y los hundieran, había por todo lado. Hoy si yo veo un robalo saltando en la laguna llamo a mi mujer, porque es algo mágico, es un milagro”.

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    Noviembre 2019 - Año XXXI N° 314

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