Sentirse unos y otros El sentimiento de identidad de los miembros de pandilla de una comunidad urbano marginal en Heredia fue estudiado en la Escuela de Psicología. Bértold Salas Murillo / CAMPUS bsalas@una.ac.cr Para uno de estos muchachos y muchachas, el cuerpo es un escenario. La puesta en escena comienza con la piel, los tatuajes, y continúa en la ropa, los zapatos y accesorios. Dicen al mundo quiénes son. También, como se sienten en él. Este decir —y decirse— quiénes son, pasa del cuerpo al espacio que habitan: los lugares donde se reúnen, los grafitis que cuentan de ellos desde las paredes. Estos fueron algunos de los resultados de la investigación El sentimiento de identidad en adolescentes miembros de una pandilla de una comunidad urbano marginal de la provincia de Heredia, de Jessica Green y Marcela Sánchez. Este fue el trabajo final de graduación en Psicología, que presentaron el 20 de marzo. El estudio abordó un tema relevante, pero que ha sido poco investigado en Costa Rica, explicó Sánchez. “Hay varios trabajos sobre las bandas de delincuencia juvenil, tanto en nuestro país como en otros de Centroamérica, o sobre la percepción de la gente, pero no tantos desde los mismos jóvenes”, declaró. Según dijo la investigadora, prefería no especificar cuál fue esta población para no estigmatizar. Desde adentro Una de las tareas más difíciles fue el acercamiento al grupo por estudiar, indicó Sánchez. Como ventaja, conocían la comunidad y el tema de las pandillas juveniles desde el bachillerato y la práctica profesional. El trabajo comenzó en el EBAIS, y con contactos con líderes comunitarios y conocidos. Sin embargo, cuando preguntaban por un grupo, encontraban respuestas negativas. Solo después de semanas de visitar la comunidad, un muchacho les mencionó las horas y el lugar (una cancha) donde podían encontrarlos. Encontraron un grupo que variaba de 15 a 20 integrantes, principalmente hombres. El rango de edad era amplio: desde los 16 hasta casi los 50 años. Algunos, eran personas que conocían previamente, pero nunca se habían identificado como miembros de una “pandilla”. A partir de entonces, se dedicaron principalmente a observar, entre marzo y agosto de 2008. También efectuaron entrevistas a profundidad, estudio de casos y una técnica denominada fotobiografía. Esta consiste en dar al muchacho o muchacha una cámara, para que fotografíe sitios que considere importantes: “después, nos explicaban por qué eran significativos”, recordó. Las investigadoras no descubrieron un liderazgo formal, aunque sí una jerarquía muy latente, que dependía de detalles como el manejo de la droga o la habilidad para pelear. También encontraron que la mayoría trabajaba, pero una manera bastante informal y unos pocos estudiaban. Las marcas de la identidad De acuerdo con Sánchez, el estudio fue tras las marcas de identidad: en el tiempo (respecto a su edad), en la sociedad y en el espacio (el cuerpo, donde viven). Encontraron que algunos se sienten cómodos con su esquema corporal, mientras otros tienen cierto rechazo: “el agrado, pasaba por rasgos como la ropa o los accesorios, esos que permitían diferenciarse y trascenderse”. Es un cuerpo que vive en continua alerta. Era frecuente escucharlos decir frases como “si no quieren problemas, que no se acerquen” o “cuando se camina, hay que andar atentos, porque vienen por la espalda”. La masculinidad se expresa como agresividad, incluso a través de un juego como el fútbol, pero: “estos gestos que nosotros encontrábamos agresivos, parecían normales para ellos”. En los entrevistados encontraron una niñez marcada por pérdidas y abandonos: “eran duelos que no habían sido completados”, declaró. Los procesos no son concluidos, pero de igual manera las etapas se suceden: “el paso de la niñez a la adolescencia, es percibido como el momento en que consumen algún tipo de droga”, indicó Sánchez, “y el que va de la adolescencia a la adultez, el momento en que se casan, pasan a vivir en unión libre o, en el caso de las mujeres, cuando quedan embarazadas”. Estudiar o no, es algo visto como importante: “aquellos que están aún en el colegio, son apoyados por sus compañeros”, declaró Sánchez. El grupo “cumple una función de contención, ese respaldo que a veces no encuentran en la familia”. Encontraron una relación contradictoria con la comunidad. Por un lado, un fuerte sentido de pertenencia, que lleva a la rivalidad con las comunidades vecinas. Por el contrario, afirmaban que de tener oportunidad (“si me gano la lotería”, dijo uno), se irían a otra parte. Sánchez señaló que la fuerte identidad viene acompañada por reconocimiento y hasta justificación de la exclusión. No es infrecuente que los muchachos y muchachas afirmen cosas como “diay, es que soy un vago” o “bueno, es que soy una chapulina”. Consideran injusto que su comunidad sea percibida de manera negativa. Esta certeza de ser los otros, puede explicar que no suelan salir de la comunidad ni siquiera los domingos, y se muestran agresivos ante quienes vienen de fuera.

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