Persuasión o castigo en el aula
Luis Montoya SalasComunicólogo
Aristóteles sentó sus reales en todas las aulas del MEP, con su modelo retórico aplicado al estudio de la comunicación: el orador (emisor) es el maestro; el discurso (mensaje), la materia de clase; el canal, el auditorio (espacio del aula por el cual viaja la voz del docente, entremezclada con todos los sonidos y ruidos del entorno); y por último, los presentes en el auditorio (receptor), los alumnos.
Aunque en este siglo XXI pululan más de 100 modelos comunicacionales según el gusto y tema de interés del investigador, el modelo aristotélico (384-322 a .C) ha resistido durante más de 23 siglos el juicio de la historia.
Construir el acto de la comunicación para enseñar y educar en el siglo XXI implica una relación compleja de procesos y metaprocesos tecnológicos, cognoscitivos, lingüísticos, psicológicos, antropológicos, sociológicos, etnográficos, culturales, emocionales, económicos, perceptuales, de actitudes y aptitudes. Todos confluyen en el lugar físico del aula (plano de situación), sin filtraje alguno, a priori ¡Cual tromba invisible! El educador debe lidiar con esos ruidos distorsionadores que se entrecruzan como fuerzas ideológicas en constante pugna entre alumnos-alumnos; alumnos-educador-alumnos; educador-colegas-colegas-jerarquías institucionales, para acaparar el tiempo de palabra.
Por ejemplo, en la escritura confluyen un conjunto de acciones neuronales repetitivas, reflexivas que corresponden a los movimientos más íntimos del cuerpo en su relación con formas visualizadas y verbalizadas aprendidas. La escritura deviene en sello de identidad revelando la personalidad de su autor. Sería posible para el educador identificar las más secretas actitudes y estados de ánimo de los alumnos ante otros compañeros y ante el educador.
Otro acto docente que genera tensiones en el aula es el “silencio necesario para escuchar”. ¿Cómo mantener de manera natural la atención de los alumnos, sin recurrir al mecanismo represivo de las boletas? Presuponiendo que al hablar obligamos al otro al silencio, la palabra adquiere un poder real de dominio y de prestigio.
A lo largo de la historia, la voz (y su verbo) ha sido utilizada para imponer el poder, el prestigio, la aceptación, el reconocimiento, la autoridad y el autoritarismo. De ello han resultado confrontaciones, conflictos y hasta destrucción de naciones enteras mediante guerras; sin olvidar la destrucción de honras, mediante el rumor. En todos los sistemas de Gobierno, el poder recurre a la persuasión para alcanzar el oscuro y desconocido inconsciente, ya sea mediante el halago y el premio o el terror. Así, provoca respuestas irracionales sobre las necesidades emocionales y materiales que se expresan en diversas formas de consumo.
Creo que las nuevas exigencias del siglo XXI imponen un replanteamiento humanista del principio de la comunicación, a partir del siguiente enunciado, como insumo para la reflexión: la comunicación está en la naturaleza de las personas y de las cosas; y no las personas y las cosas en la naturaleza de la comunicación.