Bajo la lluvia Dios no existe, de Warren Ulloa
De moralidades e inmoralidades inciertas en la literatura
Albino Chacón para CampusEse es el estado de la cuestión, desencadenada a partir del reportaje que la cadena Repretel le dedicó por televisión, en el que sumó incluso a voces conocidas de la crítica literaria y que llevó también a que las autoridades religiosas de Belén no permitieran su presentación en la Casa de la Cultura que en ese cantón administran. Y sin embargo, la obra ya agotó la primera edición y va por la segunda.
Muy al contrario de lo anotado, Bajo la lluvia Dios no existe es una novela profundamente moral, en el sentido clásico, no religioso del término, que presenta una lectura preocupante de la sociedad contemporánea, de la sociedad costarricense, y más específicamente de la juventud, como ninguna obra reciente de la literatura nacional lo había hecho con tal contundencia.
La novela de Ulloa produce un fuerte golpe al escenificar en sus páginas la calle sin salida a la que están conduciendo a la juventud todos los aparatos sociales que se ocupan de ella y que están fracasando de manera absoluta: el Estado, la educación, la familia, la religión y los medios de comunicación. No entender eso cuando leemos la novela es dejar por fuera las diversas capas de sentido que hay en la densidad del texto, bajo su iconoclasta superficie lingüística. Por otra parte, quedarse en el título, en descalificar la utilización de un lenguaje impropio y en la cruda descripción de prácticas sexuales, es quedarse en el nivel más elemental del texto.
El título, Bajo la lluvia Dios no existe, posee una gran variedad de sentidos, pero pareciera no haber sido bien leído; desgraciadamente, en lugar de servir de puerta a la significancia del texto, como todo título pretende, más bien lo ha bloqueado de entrada. Hay en él dos elementos fundamentales: Dios y lluvia; bajo ésta aquél no existe. Pero ¿de qué Dios se trata, y qué lluvia es la que lo borra? La noción de Dios no refiere —o no debe referir única y necesariamente— a la noción religiosa, y sobre todo a su fuerte tradición iconográfica. Se trata, liberada de su carga religiosa, de una noción ligada a las figuras del Poder, al mundo de lo Simbólico, a la figura del Padre, la Ley, el mundo de la Cultura, aquello a partir de lo cual se configura todo sujeto y, finalmente, las figuras en que ese Poder se transfigura y por medio de las que se hace representar. Ese es el Dios contra el que, de una manera lúcida y consciente, se rebela el personaje femenino de Mabe. Solo parcialmente, es cierto, porque al final la figura de la Ley, del Padre (con mayúscula), articulada en una de sus formas principales, su padre biológico (con minúscula), incestuoso y corrupto, es lo que la lleva al suicidio.
Para Mabe, suicidarse es la manera radical de matar al Padre, como un acto de limpieza; de ahí que sea la figura de un harakiri la escogida por ella como portada del libro de poemas que escribe. Terminada la escritura de este, termina su razón de vivir. El dibujo del harakiri actúa, así, como la clave de interpretación que ella deja sobre su suicidio. Como para ella es una imposibilidad reemplazar la imagen displacentera del padre con la de Bernal, su novio, y no pudiendo simbólicamente matarlo, no le queda más salida que matarse.
Bajo la lluvia Dios no existe destaca todos los demonios con que la vida contemporánea rodea y asecha con sus espejismos, el mundo de los jóvenes: sexo, droga, narcotráfico, consumismo, pedofilia, incesto, trata de blancas, corrupción política, prostitución, e incluso la violencia de las barras bravas. Ese conjunto de violencias constituye la cara plural, visible del funcionamiento de las esferas sacrificiales de un poder que pervierte, y cuyas víctimas propiciatorias son sobre todo los jóvenes. ¿Qué queda? Para Mabe, y finalmente también para Bernal -cual versión siglo XXI de Romeo y Julieta— solo resta el último gesto de dignidad posible: la muerte.
Aunque, como muestra el título, Mabe descubre que la lluvia limpia y lava, no hay finalmente lluvia que pueda lavar el malestar que la cultura contemporánea y los dioses y demonios que la representan han hecho caer sobre la vida de jóvenes sin futuro y sin salida. El único líquido que la limpiará del todo no es el de la lluvia que, cual leitmotiv de la novela, cae sobre ella como vano acto supletorio de limpieza, sino el que al final saldrá de ella misma: su sangre. No hay que olvidar que el suicidio funciona, no pocas veces, como un acto de limpieza radical, la única manera de matar al otro, la suciedad que se lleva dentro.
Así las cosas, Bajo la lluvia Dios no existe es una novela de iniciación, de aprendizaje. Lo paradójico, y de ahí lo que hace de la novela de Ulloa un texto moralmente peligroso, no es su lenguaje, no es que sea antirreligiosa. Lo que la hace peligrosa es lo que estos adolescentes aprenden, no más inician sus vidas: que así como está, con todas las estructuras de poder y de violencia que enfrentan, propias de una sociedad productora de constantes víctimas sacrificiales, luego del rock y la literatura la vida quizás no vale la pena de ser vivida.
Si no entendemos esto sobre la novela —por lo menos esto— no habremos entendido la apuesta social que en ella se juega, porque es a partir de esa propuesta vital que el texto nos interpela, como pocos textos lo hacen en la literatura contemporánea que se escribe y publica actualmente en Costa Rica. Una vez más es a la literatura a la que corresponde abrir los ojos de una sociedad que prefiere hacerse la ciega ante lo que esta ahí, recorriendo peligrosamente nuestras calles y matando a nuestros jóvenes.