Segunda ronda: más que atípica…surrealista
José Carlos ChinchillaAcadémico
Escuela de Sociología UNA
Surrealismo político expresado en el candidato que renuncia a actuar como tal; un partido liberacionista que “raspa la olla” para encontrarse con su pasado que no existe hoy, y que es amenazado desde el presente por las pugnas intestinas cíclicas de devaluación política, que permiten el resurgimiento de liderazgos débiles y apelaciones a una estructura jerárquica organizacional que nunca ha operado liderando los procesos político-electorales.
Por otro lado, el candidato del PAC, sorprendido por los acontecimientos, sortea la oportunidad de asumir la victoria política e iniciar los diálogos y puentes con el conjunto sociopolítico; es decir, conducir directamente -sin despistes electoreros-, la construcción de los tejidos para la gobernabilidad y gobernanza, tareas impostergables de asumir en lo inmediato, aun con la formalidad pendiente de la votación del 6 de abril; requisito ineludible para legalizar- no legitimar- la determinación de la ciudadanía votante costarricense al cambio.
Proceso surrealista porque mientras el ex- presidente Arias afirma: “los costarricenses definieron querer un cambio… que no quieren que liberación continúe”, por otro lado, Luis Guillermo Solís mantiene la idea de que sí tiene posibilidades electorales, al afirmar: “Todo el PLN está en campaña, excepto el candidato”. Además, en la entrevista con el periódico La Nación se impone “una penitencia”: su propia duda, al afirmar que su legitimidad depende de los votos y de la disminución del abstencionismo en el balotaje. Y luego agrega metas, que arriesgan su fortaleza electoral, al pretender un millón de votos en la segunda ronda; dando oportunidad a sus contrarios, quienes de no llegar el PAC a su meta millonaria, le endilguen falta de apoyo popular.
Balotaje
El balotaje electoral es una figura que viene de la Revolución Francesa, practicada también por el Estado Liberal costarricense en el siglo anterior. Hoy se mantiene con las características propias de aquella época en pleno siglo XXI. Su sentido es la necesidad de garantizar legitimidad a quien asuma la Presidencia y para ello los constituyentes definieron que, si no se lograba un 50% de los votos- en el pasado- y 40% en la actualidad, la legitimidad quedaba cuestionada.
Hoy sabemos que la legitimidad no descansa estrictamente en esos porcentajes en términos de una efectiva participación de la ciudadanía, dado el alto grado de abstencionismo. De tal manera que si bien en votos válidos se ha llegado en las últimas elecciones a obtener porcentajes mayores al 40%, nunca se hubiese alcanzado si el criterio fuera relacionado al número de personas con derecho a ejercer el voto. Por lo tanto, las personas electas en los períodos anteriores solo “lograron” esa legitimidad electoral deseada, al no considerar en el porcentaje personas abstencionistas.
Queremos relativizar la correlación entre voto y legitimidad, en tanto la ciudadanía acepta dichas limitaciones sin problemas y ello no afecta la llegada al poder. Esto último es importante para entender el comentario que hacíamos sobre asociar la legitimidad a una votación muy improbable del millón de votos o a lo más difícil: reducir el abstencionismo, máxime cuando el partido de gobierno no ha podido consigo mismo y tampoco con su opositor, elevando con ello el costo de oportunidad de asumir a destiempo un prolongado esfuerzo como candidato, y no como gobernante en ruta de formalizar la autoridad
Recordemos que el PLN se derrotó y fue derrotado en la primera ronda, de manera contundente; no tanto en la diferencia de votos, sino en la autoimagen, en sus niveles dirigentes y en su propia base política de simpatizantes históricos, en su capacidad de cohesión y gestión.
Cuando su candidato Araya renuncia a la campaña política, es secundado por algunos y criticado por otros de sus allegados y dirigentes. Se termina de evidenciar el descalabro político electoral que sufrió y que predefine una segunda derrota inminente en el balotaje. Antes de la evasiva electoral, ya el PLN estaba perdido porque nunca se pudo unificar; llegaron a las elecciones con un déficit de simpatizantes verdiblancos que, por divisiones del partido y el desencanto, nunca pudieron superar: los Arias distantes y, en el mejor de los casos ajenos a la contienda electoral; los figueristas, particularmente José María, jalando para su propio molino; los cercanos al Gobierno, y del Gobierno, lejanos y dolidos por los ataques implícitos y explícitos del señor Araya. Y esto en momentos en que el PLN había gastado mayoritariamente la deuda política que le corresponde, y por lo tanto, no cuenta con recursos financieros para enfrentar la segunda ronda.
Renuncia insospechada
La renuncia de Araya realmente era insospechada; no obstante, puede explicarse en la base de elementos de carácter estructural y de orden subjetivo, en tanto que estamos frente a un fenómeno político muy propio de un ser postmoderno, que tiene como parámetro su propia individualidad y como referente las experiencias de otros políticos, incluso de su propio hermano, quien tras mantenerse en una segunda ronda electoral terminó saliendo del partido ante el abandono o falta de apoyo de no pocos de los dirigentes tradicionales verdiblancos y de otras valoraciones éticas. Es decir, esta historia anterior y su visión de mundo postmoderna, facilitó su decisión.
Don Johnny no continuó porque el partido lo abandonó; no tuvo Liberación Nacional la más mínima consideración con su candidato, al negarle apoyo financiero para la segunda ronda, hipotecando el “Balcón Verde” -edificio sede de este partido- ni tampoco buscó alternativas de financiamiento para la campaña. Esto a mi juicio precipitó su caída y profundizó la crisis del PLN.
Lo que nos espera previo al 6 de abril, es un PLN que trata de no perderse en el anonimato mediático electoral; un PAC que trata curiosamente de darle vida al PLN y de motivar a sus potenciales votantes a asistir a las urnas a concretar formalmente lo que la gente ya decidió: Luis Guillermo presidente.
Por otro lado, una ciudadanía poco entusiasmada, lo que va a incrementar el abstencionismo más allá del 40%, dejando en la distancia inalcanzable el millón de votos. Por último, más allá del proceso electoral, se mantiene la esperanza de que efectivamente Solís llegue a ser el presidente del diálogo y pueda hacer converger los diversos intereses en una nueva gobernabilidad.