Los costos escondidos de la corrupción
El reto del próximo gobierno no es solo evitar la corrupción; hay que atender los costos que genera.Jeffrey Orozco B.
Académico CINPE-UNA
El odioso fenómeno de la corrupción tiene costos mucho mayores que el dinero mal habido en los bolsillos de unos cuantos, quienes se aprovechan de circunstancias específicas para enriquecerse a costa del Estado. Esos casos sonados de “trochas”, concesiones en condiciones indecentes, desfalcos a algunas instituciones públicas, entre otros, son solo la punta del iceberg.
Queda escondida mucha de la corrupción cotidiana, esa en la que muchos funcionarios hacen mal uso del tiempo laboral, quienes toman cantidades insignificantes de útiles o recursos de sus lugares de trabajo, quienes no le ponen suficiente energía para cumplir sus labores, quienes se aprovechan para ganar viáticos extra, abusar de incapacidades infundadas y, en fin, de muchas otras estrategias casi cotidianas para beneficiarse de los recursos públicos.
Pero eso no es tampoco el costo escondido más grande. Lo que realmente pesa es que, por el miedo a la corrupción, hemos llegado a formar una maraña de leyes y normativas que han terminado en una institucionalidad enfocada más en el miedo a lo que alguien podría robarse, que en el cumplimiento de los objetivos para los que fueron creadas las instituciones.
Toda esa maraña de normativas entraba por completo el funcionamiento del Estado, infla la cantidad de funcionarios públicos que se requieren y repercute en la productividad general de la economía, porque el exceso de trámites termina por afectar también a los sectores productivos. Y lo peor de todo es que ese estilo de enmarañar la normativa, al final termina siendo poco efectivo para controlar esa parte de la corrupción en la que algunos pocos terminan con los bolsillos llenos del dinero estatal.
¿Cuánto?
¿Cuántas becas, cuántos más estudiantes podrían tener nuestras universidades públicas, cuántas nuevas investigaciones o procesos de vinculación podrían darse adicionalmente si no tuviéramos que destinar una gran proporción de los recursos para cumplir con una maraña de normativa diseñada por miedo a la corrupción? ¿Cuánta asistencia técnica adicional, investigaciones, apoyo a productores y muchos servicios más, podrían darse si no se usara tantos recursos en una tramitología castrante y en todo el arsenal de funcionarios que deben velar por su cumplimiento?
¿Cuánto más útiles serían los esfuerzos de miles y miles de funcionarios si se dedicaran a cumplir las funciones fundamentales para que fueron creadas las instituciones y no a ser parte del barreal de trámites que restringen la eficiencia de las entidades públicas? No hay estudios detallados, pero me atrevo a afirmar que las ganancias en productividad y en desarrollo inclusivo son muchísimo más grandes que los costos de la corrupción en sí, que en todo caso no se está evitando adecuadamente con ese arsenal de normativas.
El reto para el próximo gobierno no es centrarse solo en evitar esa corrupción visible, sino en atender todos los costos escondidos que genera.