Entrelíneas
Hoy vi a papá
Gerardo Zamora B. / CAMPUS |
Amanece, y paso por la estación del tren. Ahí estás, de puntillas, esperando el favor del boletero. Tienes solo 7 años y te has escapado de abuela Nona. La pobre, asustadísima, porque todavía anda en la calle uno que otro loco armado; la revolución tiene solo 6 años.
Son las 10 de la mañana, y entre dos horcones un porterazo de apenas 8 años. Allí estás, es la Plaza de San Lorenzo, la misma que correrán tus hijos mayores, detrás de una “Rushing” de gajos azules y blancos.
Son las 11, y a lo lejos unas piernas que cuelgan de una rústica tapia; es el Rosabal Cordero. Ahí estás. Viendo a tu herediano del alma, que apenas tiene una década jugando allí, tienes solo 9 años.
Son pasadas las 12 y atravieso los pocos cafetales que quedan. A la sombra de un Guachipelín, un adolescente, termo en mano, devorando su almuerzo, y devorando cafetos. La mística del duro trabajo le servirá de mucho, porque en unos tres diciembres perderá a su padre y tendrá que encargarse, junto a su madre, de sus 7 hermanos, haciendo de contador, de padre, enterrando sus sueños de agrónomo.
Pronto, un puñado de tambores se escucha a lo lejos. ¡Claro!, es 15 de septiembre. Te asomas entre hombros tostados. Él no imagina que 30 años después lo verán repartiendo jugo de naranja frente al fortín, entre cuatro tamborileros, sus 4 hijos.
Son las 3, y cruzo la Comandancia. De una casa cuelga un número, el 25. Afuera hay una chiquilla. Allí está, derretido el pobre. Es la década de los 60, la de los Beatles, la de Kennedy, la del gol fantasma de Hurst, la de Chico Orlich, la del Irazú y su necia ceniza. La década de su largo noviazgo.
Más al sur, huele a cebolla, papaya, ajo, culantro, y sudor, es que ya dan las 4 en la feria del agricultor. Ahí estás, te diviso entre cientos de cabezas, jalando una vieja bolsa de mecate y maniguetas de cuero.
Cae la tarde, mis pies no dan más. No te veo, seguramente te has ido a dormir. ¡Mañana nos veremos!, donde quieras papá. Me basta mirar alrededor para toparte, me alcanza con cerrar mis ojos. Descansa papá, que junto a mis dos princesas yo me las arreglo para verte.