Extensión Universitaria
Del romanticismo a la contribución efectiva
Donald Miranda Montes (*)donald.miranda.montes@una.cr
Según el Estatuto Orgánico de la Universidad Nacional, la extensión universitaria constituye una de las tareas primordiales del quehacer académico, que nos vincula directamente con la sociedad. Es una acción donde la universidad se interrelaciona crítica y creadoramente con la comunidad nacional. En parte es en este accionar que el proceso de transferencia de conocimiento de la universidad hacia la sociedad se vuelve relevante, necesario, pero no suficiente para generar una contribución social a las comunidades y mejorar las oportunidades de progreso de las personas que forman parte de los territorios donde se realiza esta acción.
En este sentido, el papel del extensionista corre el riego de limitar su accionar a la acción de transferir conocimientos técnicos adquiridos de los libros de textos y de las vivencias que muchos han tenido a lo largo de su trayectoria como extensionista, transferencia que se realiza de extensionista a actor local. Es decir, no se aprecia un proceso de transferencia del conocimiento de doble vía sino más bien un proceso unilaterial, donde el extensionista es una persona con capacidades profesionales integrales que lo hacen un ser superdotado.
Este individuo sabe de aspectos agronómicos, de mercado, de actividades ingenieriles, de temas organizacionales, es una persona con un alto grado de conocimiento en diferentes áreas del conocimiento. Si bien es cierto esta tarea se ha venido realizando por muchos años y con mucho compromiso y empeño por parte de los académicos y estudiantes de la universidad, los resultados han sido parcialmente positivos.
Un recorrido a través de las regiones donde la extensión universitaria se ha llevado a cabo, nos revela esta situación: problemas de seguimiento de los proyectos o iniciativas, percepción sobre el extensionista como un extractor de información, como potencial proveedor de recursos o como un especialista con conocimientos profesionales diversos y, lo peor, autoengaño del extensionista que hemos caído en la trampa de creernos ungidos para realizar estas labores. En general, esta forma de trabajo ha provocado una merma en la credibilidad del trabajo del extensionista y de la universidad. El extensionista no tiene por qué ser un especialista súper en determinados procesos o cultivos, si es que su labor se encuentra en la producción. Es más bien un facilitador de acciones de doble vía, que desde la universidad significa no solo resolver problemas juntos, es: aprender, sistematizar, orientar la investigación futura y transferir a instancias competentes del estado y organizaciones privadas de apoyo.
Esto es, ser un profesional con actitud positiva y con acceso a información que permita el intercambio de soluciones efectivas a los problemas encontrados y planteados por los actores locales. Además, el extensionista-facilitador debe de conocer muy bien el entorno donde realiza las actividades para, de esta manera, conjuntamente con los actores locales, abordar los problemas y buscar la mejor solución.
Se debe trabajar para buscar soluciones conjuntas entre los extensionistas-facilitadores, que sean viables de acuerdo con las características de los territorios y los actores. Se trata de compartir conocimiento entre las partes involucradas en pro del territorio en el cual se trabaja y, de esta manera, contribuir a ampliar las oportunidades de progreso de las familias localizadas en estos territorios. Solo así pasaríamos de acciones románticas a acciones de impacto.
(*) Académico CINPE-UNA.