El cine nos forja, alienta, interpela; nos educa

Gabriel González-Vega/ Para CAMPUS (*)
gabriel.gonzalez.vega@una.cr

"-Teach me to dance. Will you? -Do you say dance?"

Alan Bates (Basil) y Anthony Quinn (Zorba)

Asiduo al cine desde la niñez, mi primer recuerdo es de un filme de alpinismo en el Variedades. Vuelvo a esa mirada precoz, trepando atónito por ignotas cumbres nevadas. Medio siglo después, veo al Everest brillar majestuosamente sobre un lecho de nubes desde la ventanilla del avión. Pienso que siempre hay que soñar, indagar y explorar; ir cada vez más lejos. Ese precursor recuerdo es una refrescante metáfora de una cosmovisión.

En el Capri, en el Moderno, dos personajes entrañables me señalaron el rumbo. Uno, Zorba el griego (Anthony Quinn), cuya vitalidad y desenfado, aún frente a las mayores adversidades, nos enseñó a vivir sin miedo y de la mano con el arte en que nos sumergimos, pletóricos de entusiasmo y curiosidad, como procuré siempre rev(b)elar a mis estudiantes, admirados (Platón) ante la maravilla de la existencia (Sartre) que fluye sin cesar (de Heráclito a Hawking). Otro, el ecuánime y recio vaquero Jack Burns (un inmejorable Kirk Douglas, en el papel de su vida), el justiciero de amplios horizontes en Los valientes andan solos, también entregado al ejercicio de la libertad, que me enseñó a combatir los prejuicios, a elegir la diversidad; esencia sagrada, visión y práctica que tanto agradecieron cientos de jóvenes con quienes compartí vivencias y saberes durante más de cuatro décadas en colegios y universidades.

Sí, el eminente director M. Cacoyannis y el músico humanista, M. Theodorakis; junto el reevaluado director D. Miller, y el genial guionista víctima del macartismo D. Trumbo, son fuentes originales y decisivas de una vocación, a diario renovada. Un maestro debe estar empeñado en la libertad y la justicia, debe encarnar un discurso, un verbo, que traspase las puertas (Ante la ley, Kafka), ideas que aún defiendo en esta histórica Universidad Nacional, desde la trinchera de este valioso periódico que me abriga.

Cursos para ser, no para parecer

Desde 1982 hasta febrero pasado organicé, junto jóvenes entusiastas, cursos humanistas que giraban alrededor del cine, el arte, la cultura y la naturaleza, en Generales de la UNA. Siempre comenzamos con la crítica de una educación fosilizada que conduce a la abulia y el hastío; y pese a las trampas del sistema, a los escollos del burocratismo y la mediocridad, navegamos sin grilletes en pos del autentico saber. Con la voluntad y decencia del niño Juan en el aleccionador corto Quiero ser (de F. Gallenberger), logramos construir procesos estimulantes para desplegar nuestras inquietudes, el asombro, la creatividad y, ciertamente, tender puentes de amistad. Saber sentir y saber pensar, saber vivir en comunidad, maravillados con la naturaleza y con el ingenio y arrojo humanos (como expresa magistralmente El árbol de la vida, de T. Malick), hicieron de estos encuentros académicos poco convencionales un deleite y una forja de conocimientos y valores perdurables. Ya retirado del sistema, mantengo contacto provechoso con muchos de estos compañeros de aprendizaje, con los que transformamos el aula en diálogo socrático y salíamos de ésta para recrearnos en museos y salas de arte, en pueblos lejanos y bosques vibrantes.

El encanto de los festivales de cine

En mi propia formación continua, el recorrido por festivales internacionales de cine más la afanosa organización de programas con Diálogo, la Cinemateca Nacional y el Centro de Cine- ha sido una fuente crucial de vida renovada; es descubrir nuevos y deslumbrantes horizontes, enfrentar dudas y certezas, sumergirnos en pasiones luminosas y oscuras, que van cincelando ese que estamos siendo. En la medida de las posibilidades de cada quien, conviene recorrer esas pantallas concentradas.

En el último año, aprendí en Gramado lo que es el trabajo eficiente, donde el glamur de ese luminoso evento se trenza con el generoso cariño de sus organizadores. En Trieste, el empeño sirvió para llenar la sala y celebrar cómo Presos cautivó a un público europeo muy exigente, en el Museo de la Revoltella (un premio de peso). Pese a la venerable belleza de Antigua, Guatemala, el decaído Festival Ícaro mostró la negligencia y corruptela que devora a nuestros vecinos centroamericanos. Ignorada por los Oscar, la potencia vital de Tangerine, su desenfado y urgencia, todavía vibra en el recuerdo de ese evento. La Habana es cita obligada por su inmenso y suculento banquete de buen cine, con su multitudinario público experto y vociferante (Conducta, mérito local, elogio de la educación humanista, resume su valor). Como la clientela de San Francisco, cuyos estupendos festivales Internacional y LGBT- ofrecen cine combativo y experimental indispensable. El Latino de Chicago le hizo honor a su bella ciudad, un mosaico de riqueza cultural y calidez latina.

Exalumno destacado, Braulio González agregó su visión sociológica a una provechosa odisea. Viajamos al All Lights India International Film Festival, en Ramoji, el mayor estudio de cine del mundo, con Presos vista con una decena de otras magníficas nominadas al Oscar: EL hijo de Saul, Theeb, Utopia, Moira, El abrazo de la serpiente. Indywood fue un evento grandilocuente, variado y sugestivo, pero fallido en su ejecución; con grandes pretensiones, propias del mayor productor de cine del mundo y de un inmenso y superpoblado territorio con contradicciones brutales y la herida aun abierta del coloniaje inglés, donde lo moderno y lo tradicional siguen trenzados en confusa batalla. Entre la miseria y el tumulto; el caos vial y la violencia misógina, tamizado por su honda religiosidad; con la opulencia de su rica historia (vg. Tumba de Humayan, Taj Mahal, Palacio Bangalore, Templo Aksharham; el filme Yadvi, de R. Singh), así como sus polos de desarrollo financiero y tecnológico en Mumbai y Bengaluru, este Carnaval de cine procura aliar las dispersas fuerzas de su industria en un país que necesita, como insistió Gandhi, unir a sus numerosas facciones.

Que fácil, en comparación, es vivir en Costa Rica. Si solo tuviéramos la tenacidad y resiliencia de los trabajadores que apreciamos en los pestilentes callejones y cuartuchos de Dharavi, el mayor tugurio de Asia (escenario de Slumdog Millionaire).

*Académico jubilado de Estudios Generales

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    Noviembre 2016 - Año XXVI # 281

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