La casa por la ventana

La inutilidad

Carlos Francisco Monge

La libertad, nos lo han dicho los mejores pensadores, es un estado superior de la condición humana. Como una reconfortante advertencia, nos lo recuerda también el lema de nuestra universidad: « La verdad nos hace libres ». No hay que tomarlo como un catecismo, claro, pero tampoco como una simple decoración verbal en el emblema de la institución. Para empezar, porque como mínimo nos resguarda de dejarnos atrapar por los mandatos unilaterales de la administración, y de la lógica mecánica de los procedimientos de la burocracia. Es muy distinto procurar poner orden que simplemente dictar órdenes.

Hace más de 75 años, un ilustre pedagogo estadounidense, Abraham Flexner, escribía lo siguiente: «Una institución que libera a generaciones sucesivas de almas humanas está ampliamente justificada al margen de que tal o cual graduado haga una contribución de las llamadas útiles al conocimiento humano. Un poema, una sinfonía, una partitura, una verdad matemática, un nuevo hecho científico, todos ellos constituyen en sí mismos la única justificación que universidades, escuelas e institutos de investigación necesitan o requieren». No se había fundado aún el Banco Mundial.

Como Flexner, muchos pensadores posteriores han defendido con razones nada frívolas, la recuperación de la inutilidad; o dicho de manera más atractiva, «la utilidad del conocimiento inútil» (así había titulado el pedagogo su manifiesto citado).

En nuestro medio universitario también hay quienes clasifican los conocimientos entre los productivos y los inservibles. No es demostrable que sea más útil el análisis químico de las cenizas volcánicas que una lección sobre el pensamiento político; no es un asunto de eficacia y valor práctico un reactor eléctrico comparado con una composición musical para simbolizar el espectáculo de un amanecer. Son comparaciones falaces, porque proceden de la no menos amañada separación entre las humanidades y las ciencias, hábito frecuentísimo y casi imposible de erradicar en los debates académicos.

Antiguamente la tabla de una nave destruida por una poderosa tormenta se convirtió en la salvación para un náufrago desesperado. Hoy son los botes inflables y otras precauciones técnicas. Dentro del infortunio, un hecho afortunado. Pero la tabla fue útil en su momento, no antes ni después, y solo en medio del mar. No puede excluirse, entonces, que en ciertas ocasiones un poema también nos puede salvar: de la desolación, de la desesperanza, del desconocimiento. Es la utilidad de lo inútil, que defendía el profesor Flexner.

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    Setiembre 2016 - Año XXVI # 279

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