Tras elección de Trump

El retorno a la economía de la oferta

Carlos Arguedas Campos (*) para CAMPUS
carlos.arguedas.campos@una.cr

La pasada elección para la presidencia de los Estados Unidos, en noviembre 2016, muestra una serie de hechos relevantes, que se puede enfocar desde la economía de la oferta, y nos recuerda la década de los años 1980, con las medidas del entonces presidente estadounidense Ronald Reagan, denominadas Reaganomics.

No obstante, el entorno es muy distinto al de aquellos años porque hoy en día, parte de la victoria electoral inesperada de Trump se enmarca dentro de la corriente mundial del descontento de una gran parte de la población, los llamados excluidos de la elite del poder y de las ganancias de la globalización, a manera de un replanteamiento de la olvidada lucha de clases, otrora entre capitalistas y trabajadores, hoy entre clase media trabajadora y las minorías, tal como lo planteara el ex presidente Obama en su discurso de despedida de la Casa Blanca.

En esto basó el presidente Trump su campaña, en dos grandes temas de nuestro tiempo: la inmigración y el efecto de la misma sobre el empleo nacional y en la incapacidad de los modelos, económicos y políticos, para generar riqueza, y por ende, en disminuir la desigualdad, que agobia a una porción de la población de su país y el mundo.

Se presentó como un empresario y como un político inexperto, pero representante de una clase de capitalista, que sabe cómo producir riqueza y bienestar, argumento contradictorio con el sentimiento de reacción contra las elites y la globalización, tanto en EEUU, como en Reino Unido donde se manifestó en el Brexit y en Europa (principalmente en Francia, donde la derecha se vislumbra con más fuerza política) por la clase de trabajadores.

Se mostró como un nacionalista que apoyaría el proteccionismo económico y no apoyaría la reubicación de empresas en el exterior, pero a la vez, no está convencido de la estructura de impuestos en su país, ni de la contribución de los ricos en el pago de impuestos, tampoco en el papel que cumplen los impuestos para estimular el crecimiento económico. Planteó, en cambio, la baja de impuesto para fomentar la inversión y el repatrio de empresas nacionales a los EEUU, su propuesta es más cercana a la teórica Curva de Laffer, que al planteamiento más moderno de un impuesto plano (flat tax), utilizado en países con crecimientos económicos más sostenibles.

Impulsa el nacionalismo económico, con una política comercial restrictiva, conservadora, proteccionista, y plantea el peligro de una guerra comercial, con una visión de un juego ganancia cero, apostándole a que esto consolidara las finanzas internacionales de EEUU con sus socios comerciales y que fortalecerá la posición dura del poder norteamericano en las relaciones internacionales, lo que le permitirá impulsar sus medidas de reactivación de la demanda interna, con la idea que el sector productivo es el motor de la economía, y que sin regulaciones de ningún tipo pero principalmente financieras el empleo se continuara robusteciendo en los EEUU, lo que mejorara la calidad de vida de los estadounidenses.

Al igual que el expresidente Obama, izó la bandera del cambio, de uno más radical, dentro del cual no comparte las teorías modernas de la inmigración en el desarrollo económico, recrudece el discurso a la libre movilidad del capital humano, componente central de un proceso de liberalización e integración multicomercial, y de un modelo de desarrollo incipiente basado en la innovación, la transferencia del conocimiento y el potencial del capital humano, como lo vienen pregonando distintos actores académicos, organismos multilaterales, expertos y foros mundiales.

Sus alianzas políticas con países como Rusia, la derecha francesa y el acercamiento diplomático con el Reino Unido, denotan que las relaciones internacionales con el Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) serán más tensas, donde será más difícil la cooperación internacional, unido a su línea dura con los países musulmanes, dentro de una estrategia para combatir el terrorismo, lo que recuerda más bien la política exterior de la posguerra, que una modernidad en el concierto de países, en aras de trabajar conjuntamente por la recuperación del crecimiento económico mundial dentro de un modelo de creatividad e innovación centrado en el capital humano.

¿Y Costa Rica?

Por supuesto, nuestro país no podrá mantenerse inmune a esta nueva legislatura del presidente Trump; en el corto plazo, los desplazados que esperan en nuestra frontera para seguir su viaje a los EEUU estarán varados por más tiempo en territorio nacional, mientras se define su situación. En el mediano plazo, el aval que contábamos por parte de los EEUU para ingresar a otros foros de cooperación mundial o la aprobación de nuestro discurso ambientalista, tendrán que enfrentar más resistencia en los foros internacionales por parte de los Estados Unidos.

Recordemos que recientemente el Banco Central de Costa Rica expuso en su programa macroeconómico que este año la económica nacional enfrenta un escenario de incertidumbre, acentuando la misma con la presidencia de Trump, ya que los Estados Unidos continua siendo nuestro principal socio comercial y recibimos un monto relevante de inversión extranjera directa. Además, la divisa estadounidense se ha fortalecido en los últimos días, lo que incide en el proceso de devaluación de nuestra moneda, y le plantea retos a nuestras autoridades económicas, para consolidar un crecimiento económico mayor al 4% pronosticado que genere más empleo nacional.

Por el momento, al ser el presidente Trump una figura nueva en la política, nos encontramos en la vorágine de una incertidumbre total para predecir el futuro próximo, pero de lo que sí estamos seguros es que tendremos muchos cambios económicos y políticos en los días venideros del 2017.

(*) Economista y director de la OTTVE-UNA.

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    Febrero 2017 - Año XXVI # 283

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