Una aproximación a la historia de Tronadora
Lo que el agua y el progreso no pudieron borrar
Yetty Solano Rojas / para CAMPUSben_yetty@yahoo.es
Tronadora hace 100 años
Durante la última década del siglo XIX y las dos primeras del XX, Tilarán se convirtió en una zona de atracción para colonizadores provenientes del valle Central, especialmente de algunos cantones alajuelenses. En 1923, Tilarán fue declarado cantón y lo formaban tres distritos, Tronadora entre ellos. A este sector del cantón, poco a poco se fueron desplazando emigrantes que llegaron primero como peones de grandes fincas, que abarcaban desde lo que actualmente es San Luis (caserío perteneciente al centro de Tilarán), y luego como propietarios de fincas de diferentes extensiones, obtenidas por denuncios al Estado. Así fue como cuatro familias pioneras, de apellidos Alfaro, Mejías, Campos y Artavia, se asentaron y fundaron Tronadora. Estos pobladores se dedicaron a cultivar granos básicos, caña de azúcar y café. Estos dos últimos eran comercializados (el dulce en Cañas y el café, de buena calidad, se transportaba al valle Central).
La vida transcurría tranquilamente, con relaciones familiares muy estrechas, en casas modestas, de madera, dispersas entre sí, a pesar de que había un cuadrante central tradicional, compuesto por iglesia, escuela, salón comunal-multiusos. La mayoría de los hombres eran peones agrícolas, que tras terminar su jornal, se dedicaban a trabajar en sus parcelas, y las mujeres se dedicaban a las labores domésticas, y también trabajan en el campo, para ayudar a la economía familiar. Como característica de su desarrollo histórica, las personas que vivieron en el caserío de Tronadora establecieron relaciones estrechas entre sí, y no mantuvieron un vínculo fuerte con otras poblaciones cercanas. Esto explica el desenvolviendo comunal posterior en el pueblo.
La llegada del ICE y la reubicación del pueblo
A pesar de que el proyecto de construcción de un embalse en el valle del Arenal se había planteado desde mediados de los años 50 del siglo XX, no fue hasta 1973 que este empezó a ser una realidad. Pese a que por medio de la prensa escrita y radial se informó del proyecto, los vecinos de la cuenca del Arenal no creían posible una obra de esa magnitud. Los funcionarios del ICE comenzaron a visitar las comunidades y a partir de 1974, los tronadorenses se dieron cuenta que el embalse iba a ser una realidad. A partir de esa fecha, equipos de ingenieros y obreros comenzaron la obra. Los trabajadores y promotores sociales, agrónomos y otros especialistas se ocuparon de abordar a los vecinos de la zona a fin de convencerlos de las bondades del proyecto y de la necesidad de su traslado a otra zona, para realizar el embalse. El ICE planificó el proceso en 10 etapas que iban desde los primeros estudios de indicadores sociales (población, necesidades, intereses y deseos), pasando por la planificación del nuevo poblado, capacitaciones a hombres y mujeres y construcción de las edificaciones, hasta finalizar con una promesa de seguimiento para monitorear el desarrollo económico y social que se esperaba alcanzar cuando se concluyera la obra.
Cabe indicar que uno de los propósitos más importantes del Estado era evitar las emigraciones hacia las ciudades y llevar la modernidad a esta zona que había estado relegada de las políticas desarrollistas impulsadas en el centro del país desde mediados del siglo XX. Finalmente, el nuevo Tronadora fue inaugurado el 2 de octubre de 1976.
Vivir en nuevo Tronadora
Los pobladores se trasladaron al nuevo Tronadora, cargando además de la nostalgia y sus recuerdos, grandes ilusiones. Como habían esperado, se encontraban viviendo en el primer pueblo nacido con una cuidadosa planificación, con una estructura urbano-rural (centro de población rodeado de parcelas agrícolas), edificaciones modernas y casas de cemento y madera, con tamaños de acuerdo con las necesidades de cada familia. Por primera vez, tenían acceso a electricidad, teléfono, agua potable, aceras y caños, plaza, escuela e iglesia (estas últimas con un área que preveía el crecimiento de la población), así como parcelas para la edificación de obras futuras. Sin embargo, rápidamente los tronadorenses se dieron cuenta que iniciar una nueva vida en el lugar iba a ser difícil. En el nuevo pueblo “no había nada”; es decir, debieron iniciar con la creación de zonas verdes y jardines, en los que no podían plantar lo que necesitarían para comer, ni podrían tener animales domésticos que les abastecieran de alimentos, tampoco existían árboles frutales.
Las nuevas comodidades crearon necesidades: muchos debieron contraer deudas para amueblar sus casas y comprar electrodomésticos; debieron empezar a pagar por los servicios públicos que recibían. Además, algunos adquirieron deudas con la banca nacional para pagar sus casas y las parcelas adquiridas, con la esperanza de pagar cuando reiniciaran sus actividades económicas. Lo que ocurrió en muchos casos, fue que los nuevos cultivos no tuvieron éxito, ni precios rentables.
Por otra parte, reiniciar el cultivo del café tardaría varios años para poder recolectar sus frutos, por lo que la situación económica local, sumada a la crisis de los años 80, produjo que muchos de los nuevos propietarios perdieran sus casas y parcelas, mientras que otros que habían recibido dinero por las expropiaciones y que lo depositaron en los bancos sin invertir nuevamente, vieron reducidos sus capitales por la caída del precio del colón frente al dólar. En consecuencia, hubo un nuevo empobrecimiento que impulsó la emigración de muchos de los pobladores. Para algunos, la venta de sus casas y parcelas a extranjeros (norteamericanos principalmente) fue una solución momentánea para enfrentar la crisis.
A manera de cierre
Hoy, 39 años después, Tronadora es un pintoresco pueblo rural en el que la identidad de antaño se ha mezclado con los elementos que trajo la modernidad implantada.
Sigue siendo una comunidad con personas trabajadoras, que enfrentan problemáticas sociales similares a las nacionales y algunas propias, heredadas de la reubicación, como debilitamiento de los lazos familiares y vecinales, desarraigo hacia el terruño, disgregación de las familias y falta de organización comunal para resolver los problemas locales. Además de enfrentarse a la presión de desarrolladores urbanísticos por el recurso hídrico y los vinculados con el cambio climático y la migración hacia otras partes del país, principalmente al valle Central.
(*) Este artículo forma parte de la investigación de la autora para optar por el grado de Licenciatura en la Enseñanza de los Estudios Sociales y Educación Cívica.