La cultura del guaro 40 años después
Ronald Díaz retrata hoy, como en 1975 Carlos Freer, que seguimos siendo un país alcoholizado con un documental inquietante que todos debemos ver.Gabriel González-Vega (*)
gabriel.gonzalez.vega@una.cr
En su primer lustro, la deforestación (Niehaus), la prostitución (Vega), el abuso a los indígenas (Trigueros) y otras lacras fueron expuestas sin tapujos. Legendarios son Los presos, de Víctor Ramírez, inspirado en el cual su hijo Esteban (y un amplio equipo que lo acompañamos) acaba de producir la entrañable ficción Presos -todos estamos presos-, y La cultura del guaro, de Carlos Freer, sentencia precisa que nos define como nación.
El sagaz periodista Ronald Díaz, cuya pluma incisiva desvela con frecuencia, que ya denunció La pandemia del tabaco e hizo homenaje a un locutor tan escuchado como desconocido (José A. Vásquez), a una niña pianista (Ana L. Sánchez) y a una escritora (la fugitiva Yolanda Oreamuno) rescatados de las sombras en sus acertadas películas previas, logra, con escasos recursos y mucho ingenio, actualizar el vergonzoso retrato del país del vacilón, en un homenaje a los pioneros del cine nacional y puesta al día de un malestar que parafraseando a Freud nos precipita en la culpa que eludimos con nuestra muy tica forma de no tomarnos nada en serio.
Durante 55 minutos nos mantiene atentos en una hábil mezcla de imágenes, datos y explicaciones que llevan a la reflexión. Hay una acertada selección de planos, movimientos de cámara y animaciones, con énfasis en el festejo irresponsable, en la presión social y el ambiente carnavalesco, a diferencia del sórdido blanco y negro del original y sus indigentes derrotados.
Las entrevistas son ágiles y los testimonios de las víctimas, como las de un connotado comunicador y una estudiante optimista, son convincentes; nos identificamos con ellos, les creemos. Gaetano Pandolfo afirma que el alcohol es la droga más dañina, lo cual es cierto, pero no solo es legal sino socialmente muy aceptada.
Todavía se escucha la excusa de estar borracho, cuando en realidad se revela el verdadero yo, ese que el filme muestra en sus vertientes de sentimentalismo, erotismo o agresividad, en una sociedad aún mojigata e hipócrita, donde el alcohol lubrica los procesos sociales.
Hoy sabemos que las adicciones, compulsivas e indiscriminadas, son enfermedades con raíces genéticas y culturales que deben tratarse seriamente, sabidos de su papel en los accidentes, la violencia y desintegración familiar y las enfermedades crónicas. Tarea pendiente para una sociedad que sigue la fiesta mientras el barco se hunde. Somos como la orquesta del Titanic y lo peor es que no lo asumimos: Réquiem por un sueño en El país más feliz del mundo.
(*) Académico de Estudios Generales-UNA.