LA CASA POR LA VENTANA

Lenguaje sexista

Carlos Francisco Monge

El uso del lenguaje (me refiero a las lenguas naturales, como la que hablamos los seres humanos) es un asunto muy complejo, porque tiene relación con la historia desde sus orígenes, con la realidad social, con la psique, con los sistemas de percepción del mundo, con la fonética articulatoria, con los procesos de adquisición de la lengua, y mil aspectos más. Por ello, casi nunca han sido eficaces las tentativas por controlar, normar o atar el uso del idioma a restricciones específicas (incluidos leyes y reglamentos), con independencia de los motivos por los que esas pretensiones han surgido.

No obstante, no hay que confundir esas propuestas infructuosas con hacer patente la necesidad social de que la lengua se tome como un verdadero vehículo de comunicación, y no como un arma de rechazo, de engaño o de manipulación. Desde tiempos inmemoriales, primero con los poetas, luego con los filósofos y después con los científicos (entre ellos, cómo no, los lingüistas), se tuvo conciencia del extraordinario valor antropológico de la lengua: la verdadera alma de la coexistencia humana. Y aun así, la lengua también se ha empleado y se emplea para la destrucción, la hostilidad, la execración y el miedo.

Hace unas semanas varios medios de comunicación dejaron deslizar los exabruptos de quien mediante un lenguaje claramente sexista quiso llevar agua a su ya desvencijado molino político. A diferencia del denominado lenguaje inclusivo (que se reduce a un artificioso empleo del doblete los/las, con sus respectivos sustantivos y adjetivos en femenino y masculino), el uso sexista del idioma contiene una clara discriminación a las personas, sobre todo a las mujeres, en nuestra época. No hay políticas lingüísticas en la historia que hayan logrado modificar la natural (sí, natural) evolución de una lengua; pero debe haber procedimientos que con fundamento racional y ético desaprueben y prohíban los actos de desprecio y ofensa de la condición humana natural de quien sea.

No sé si llegue a surtir algún efecto una declaración pública institucional contra groserías semejantes a la mencionada. Es difícil, pero como acto moral podría tener algún significado. Ello no va a cambiar ni el modo de ser ni de hacer del político del ejemplo mencionado; pero enriquecería mucho la conciencia de quienes creen honradamente en la política como gestión humana y en la lengua como el medio de conocer y de reconocernos como iguales.

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    Junio 2017 - Año XXVII # 287

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