El cine ilumina

Medio Oriente en la mira

Gabriel González-Vega (*)

gabriel.gonzalez.vega@una.cr



Beirut oeste, del realizador Ziad Doueiri, fue el primer filme libanés postulado al Óscar.

En la mayoría de los conflictos hay razones y motivos que parecen justificar a las distintas partes de la confrontación. Rara vez hay solo buenos y malos. Tratar de comprender en su contradictoria complejidad las múltiples realidades es no solo una urgencia ética, también práctica.

El arte tiene la virtud de que su sentido es el de ayudar a comprender; a iluminar los distintos ángulos de un asunto para poder enfocarlo y enfrentarlo mejor. Es ideal para ir más allá de lo aparente y evitar graves errores en las decisiones.

Uno de los conflictos globales más complejos y difíciles de resolver es el del Medio Oriente. Allí las creencias religiosas—ojo a la alerta que para nosotros esto significa—han dado pie a pavorosas luchas fratricidas, pese a que las diferencias étnicas son mínimas. Condiciones de clase y la devastadora colonización europea junto a las injerencias vecinas también marcan la cuna de la civilización y pueblos adyacentes.

El realizador libanés Ziad Doueiri retrata hábilmente estos desgarramientos en su breve y notable filmografía (se halla gratis en Internet). En la hermosa Berlín Oeste de 1998 relata las peripecias de dos entrañables amigos musulmanes—y una chica cristiana—,que con tal de revelar una película en súper 8 con imágenes apenas si sugerentes de una mujer—es evidente la gran represión sexual en que viven, como vemos también en el episodio marroquí de Babel de González-Iñárritu—,deben atravesar de un lado a otro la capital, absurdamente dividida de un día para otro entre cristianos y musulmanes, en una de las tantas—ésta, la de 1975—guerras internas o contra Israel.

Habiendo estudiado desde los 18 años en los Estados Unidos, Ziad -fue operador de cámara de Tarantino en las legendarias Perros de reserva y Pulp Fiction-. Su narración fluye con propiedad, dosificando drama y comedia; logra una mirada tan local como universal. Su humanismo de raíces orientales abarca la visión occidental. Es un cine tan accesible como profundo, tan agradable como crítico. Especialmente útil como testimonio de la realidad. Al igual que la emocionante Lila dice, sobre amoríos adolescentes interculturales, es de especial interés y atractivo para nuestros estudiantes, qué fácilmente se identificarán con sus jóvenes protagonistas.

Se empeñó en rodar en Israel El atentado—sobre un cirujano que descubre con estupor que su amada mujer quizá cometió un sanguinario ataque en Israel—técnicamente en guerra con el Líbano hasta ahora. Esto pese a la prohibición de viajar a ese país y a las campañas antisionistas de boicot al estado judío (BDS), por lo que fue acusado y tuvo que comparecer ante un tribunal militar a su regreso del Festival de Venecia, donde su último trabajo, El insulto, había ganado la copa Volpi al Mejor Actor. Si bien se comprende la denuncia contra el gobierno israelí, culpable de atrocidades, incluidos los asentamientos forzados y el muro en Cisjordania—tan inaceptable como el de Berlín o el de Trump—,es inaceptable que esta lucha lleve a boicotear obras de arte, incluso a una creación maravillosa como El insulto, de indudable lucidez y vigencia.

Así como el conmovedor Beirut Oeste fue el primer filme libanés postulado al Óscar, El insulto fue el primero en integrar la lista final de cinco (ganó la chilena Una mujer fantástica, de S. Lelio, sobre una transexual que se le planta a la discriminación). La censura siempre es peligrosa; muy nociva. Es una terrible paradoja que un estudio de caracteres tan sagaz y moralmente tan valioso como El insulto sea víctima de ataques dogmáticos. Como en la genial Relatos salvajes—el humor negro argentino con trazos de Almodóvar,—un pequeño incidente—pienso en el pleito de los conductores—,desata una lucha brutal, que desencadena los rencores acumulados en el país. Eso pese a que cada uno, prisionero de su terquedad, pasa de héroe a villano en cuestión de minutos una y otra vez.

38 Festival de Cine Judío de San Francisco

A raíz de un viaje en tren de Seattle a Los Ángeles—una fascinante aventura por la Costa Oeste—,volví al vetusto Cine Castro donde tantas veces he disfrutado de los magníficos Festival Internacional de CineF. I. de Cine LGBT, de San Francisco, ahora para esta interesante oferta de cine judío. Me llamó la atención el documental El hombre que le robó a Bansky, de Marco Proserpio. Sabía del enigmático graffitero del street art británico—hace estarcidos con plantilla—desde hace tiempo, mas fue hace un par de años, cuando visité una amplia exposición sobre su obra contestataria en el Museo Moco de Amsterdam, que aquilaté a uno de los principales creadores de la actualidad. Este hombre sagaz que defiende su privacidad a muerte, que renuncia al lucro, que muestra una capacidad de síntesis y coherencia ética admirables, ha revolcado a políticos y mercaderes del arte con su singular audacia. A Palestina fue en solidaridad con la lucha de ese pueblo, mas no por ello dejó de incomodar a unos y otros. Si bien hallé el filme poco ingenioso y reiterativo, como evidencia de las muchas aristas del tema es útil. Pienso que el polémico Bansky (quizá Bristol, 1975) es indispensable. Cada dibujo suyo, hecho en puertas y paredes públicas y los sitios menos pensados, es una bofetada de conciencia. Mezcla de buen humor, certeza crítica y raigambre humanista. Sabiduría en trazos.

Busquen esas imágenes en Internet, a menos de que tengan la suerte de toparse con un original quién sabe dónde. Da muchísimo para pensar. Y si algo urge es eso: saber pensar.

(*) Académico jubilado del Centro de Estudios Generales-UNA.

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    Setiembre 2018 - Año XXXI N° 301

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