Vivir al aire libre Texto y fotos: Víctor J. Barrantes C. /CAMPUS
En fin, es solo una aventura y no va a durar para siempre. Con esa consideración me uní al grupo que visitaba el archipiélago de las islas Murciélago, como parte de un gira organizada por la Escuela de Ciencias del Deporte de la Universidad Nacional (UNA). Salimos el sábado 21 de agosto a las 5:30 a.m. Entre maletines, salveques, recipientes de agua, hieleras y equipo de diversión nos hicimos espacio en el autobús. No hubo nada que hiciera diferente este periplo: unos dormían, otros animaban, otros leían y otros esperan las paradas de rigor, buscando hacer más soportable esta primera etapa. Fue un viaje sin contratiempos hasta Cuajiniquil. No transcurre mucho tiempo entre el momento del arribo al puerto y el de zarpar en busca del archipiélago. El proceso de carga y descarga del equipaje se hace con un entusiasmo que contagia. Todos nos sabemos útiles, moviendo el equipaje nuestro y si es preciso el de otros. Y luego, lo que esperábamos: el viaje en lancha. Las primeras olas fuertes nos recuerdan la cautela que se le debe al mar y vienen a cuento las experiencias aciagas que alguna vez hemos tenido con él: la vez que nos arrastró una ola, la otra cuando el mar estaba tan "picado" que nos quería volcar la lancha o aquella ocasión en que vimos un tiburón "así de grande". Por cierto, ¿dónde están los delfines y las ballenas de las que nos hablaron?, ¿será cierto que por aquí se ven? El viaje se hace bordeando la costa. A lo lejos se divisa la punta Santa Elena, el punto más occidental de Costa Rica. Más acá, la bahía de Santa Elena, una de las formaciones más viejas de Centro América. Un momento, ¿qué es aquello que salió a la superficie? La sospecha se confirma y un coro de voces lo confirma: "Es un delfín", "No, miren son dos", "Vean de este otro lado, aquí andan otros dos". Pareciera que en cuanto se percatan de la presencia de la lancha, los cetáceos acuden al llamado de nuestra curiosidad y empiezan a dar saltos gráciles. Otros prefieren ir delante de la embarcación, como en franca competencia, hasta que se cansan y se alejan, llevándose todos los síntomas de nauseas, de temor y de cansancio de la tripulación. Es como si tuvieran un efecto mágico-curativo en nosotros. Los delfines, primero, y las tortugas, después, parecen anunciarlo: será una aventura distinta, terapéutica, perenne. Y así transcurrieron cuatro horas. Ya hemos distinguido la isla San José y por la poca profundidad del mar, cuyas aguas transparentes dejan ver el fondo, sabemos que estamos cerca de la que será nuestra morada por los próximos cuatro días. Es tan apacible el mar aquí, que a uno le parece mentira que ahogue. A la mitad de la colina se distingue la casa de los guardaparques, y encima de ella un anemómetro instalado por el Instituto Metereológico. Es lo único que ha construido el hombre aquí. Mientras tanto, la descarga se reinicia. Ahora muchos de los 27 aventureros se conocen y se ayudan, para hacer más rápida y solidaria la instalación de tiendas de campañas. País de gnomos Aunque la vegetación en este archipiélago es la propia de un territorio azotado por el viento, el verdor de la isla es asombroso. "Es como un lugar de gnomos", comenta Rosa Vitoria, una de las visitantes.
Celajes en formaciones rojo-magenta anuncian el atardecer, mientras el grupo busca refugio, tras recibir el bálsamo en que se convirtió la cena. Es la primera noche en la isla, y los visitantes buscan vivirla con intensidad. Al despuntar el alba, un sepia-amarillento pinta las montañas, y de a poco empieza a devolverle la majestuosidad al lugar. Es un buen augurio, hoy que es el día para el snorkel. Un arcoiris en el mar La promesa de que en el archipiélago de Islas Murciélagos íbamos a encontrarnos con el sitio ideal para la práctica del snorkel, no era política. Un documental, una fotografía o un relato, lo pueden aproximar a uno a la sensación de sumergirse dentro de un acuario, pero nada se compara a la sensación de vivirlo. En el archipiélago existen múltiples lugares donde realizar snorkel y no hay que alejarse mucho de la playa para encontrar toda la diversidad multiforme y multicolor que aquí habita. No han transcurrido tres minutos y ya empiezan a desfilar ante nuestros ojos atónitos un arcoiris de peces, cuyas formas, tamaños y comportamientos se van multiplicando conforme uno se va adentrando en el agua: los hay azules, celosos y redondos, como las damicelas; los hay tímidos, llamativos y alados, como los ángeles, o los más amistosos, curiosos y juguetones, como los roncadores. Luego aparecen otros desconocidos...y entonces el humano se hace uno con ellos. En esas remotidades, y ayudado por el aumento de visión que proporciona el snorkel, uno tiene la sensación de ser el protagonista de un filme de tercera dimensión; solo basta sacar la cabeza diez centímetros del agua y volver a sumergirse para saber cuánto puede cambiar nuestro mundo. Y al volver a aquel universo encantando que está tras la cortina del agua, uno desea quedarse ahí, construir su casa ahí, vivir ahí, jugar ahí, amar ahí. La sumersión durante el día y el entusiasmo del biólogo Leandro Castaño nos animaron a explorar un acuario muy diferente por la noche. Provistos de linternas especiales salimos, a lo Jaques Cousteau, a explorar lo que nos ofrecía la noche ahí dentro. En esta isla existe una gran concentración de plancton, lo cual produce un efecto de fluorescencia no solo en la arena, adonde las olas lo transportan, sino y con mayor abundancia dentro del agua. Basta hacer un movimiento dentro del agua para que su cuerpo se vea rodeado de partículas fluorescentes. Durante la noche no se logra ver la abundancia de especies que uno ve durante el día, pues son otras las que se vienen a adueñar de la orilla. Pero no faltaron a la cita las manta rayas, los peces globo, las mariposas y hasta la temible morena. Por el día, aquí se pueden hacer paseos en bote bordeando las pequeñas islas del archipiélago y si se tiene la fortuna que tuvo nuestro grupo podrán ver la imponente ballena jorobada, delfines, peces vela, pargos juguetones, tortugas copulando y hasta manta rayas saltando hasta un metro fuera del agua, no se sabes si en labores de pesca, en lúdica actividad o escapando de algún depredador. Bordeando San Pedrito, otra de las islas que conforman el archipiélago, existe también un lugar ideal para practicar el snorkel. No muy lejos de la orilla se localiza un inmenso coral, con colores que se difuminan entre el rojo, el blanco y el verde. Aquí la variedad de peces parece ser ilimitada. Cuando uno cree haber visto todas las especies, nuevas variedades van apareciendo y multiplicándose como invitando a postergar la hora de finalizar la sumersión. Es hora del regreso; éste sábado de 96 horas llega a su fin. Quienes repetían su visita al archipiélago reafirmaron las razones que los hacía volver y quienes lo visitábamos por primera vez quedaremos buscando la excusa para volver.
La visita a las islas Murciélago se realizó como una actividad del proyecto de extensión Creación de una zona de vida al aire libre en el Pacífico Norte, del Programa de Ciencias del Ejercicio y la Salud (PROCESA), de la Escuela de Ciencias del Deporte de la UNA. Este proyecto impulsa la creación de una zona de vida al aire libre que ofrezca al visitante opciones saludables para utilizar el tiempo libre, aprovechando los recursos humanos, naturales y culturales de las comunidades. También procura contribuir con el desarrollo del turismo rural comunitario y mejorar el nivel socio-económico de sus pobladores. Operará, inicialmente, en Guatuso, por ser un cantón con potencial turístico, pero con poco desarrollo económico. Si el modelo es exitoso se trasladaría a otras áreas del país. Según Randall Gutiérrez, coordinador del proyecto, el concepto de vida al aire libre contrasta con el esquema tradicional de vacaciones que, por su alto costo, vuelve prohibitivo el disfrute del tiempo libre a una gran mayoría de gente, especialmente jóvenes (en Costa Rica hay más de dos millones de menores de 18 años, lo cual lo convierte en el segmento de población más grande). Este concepto se ha venido aplicando con gran éxito en países nórdicos para promover la salud integral y combatir males modernos como el sendentarismo y el estrés. Para llevar a cabo el proyecto es necesario reorganizar los recursos humanos, turísticos y materiales, respetando las organizaciones y estructuras de base existentes. La función del programa es facilitar y guiar el proceso, para que las comunidades se apoderen del proceso. En el proyecto también participan otras instituciones como los institutos Costarricense del Deporte (ICODER), Costarricense de Turismo (ICT) y Nacional de Aprendizaje (INA), el Ministerio de Ambiente y Energía (MINAE), y la Universidad Deportiva Alemana, de Colonia (DSHS). Más información sobre el proyecto encuéntrela en la versión digital http://www.una.ac.cr/campus. También puede ponerse en contacto con Randall Gutiérrez al teléfono 261-1073 o al correo electrónico rgutier@una.ac.cr. |
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