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La casa por la ventana Explosiones Carlos Francisco Monge 
Todavía tenemos en nuestra memoria las trágicas escenas, con cadáveres en media calle incluidos, después de la explosión de unos trenes en una calle de Madrid. Uno o dos vagones despanzurrados no lograron, sin embargo, afectar las líneas del ferrocarril, capaces de soportar cualquier golpe violento. También nos sigue estremeciendo el derrumbe de las dos torres gemelas neoyorquinas, y en nuestros días otras devastaciones en Corea del Norte, en Bagdad, y en ciudades israelíes. Ninguna accidental: todas provocadas por la mano y la voluntad humanas.Lo inquietante es que todos se desgarran las vestiduras: las víctimas y los causantes. ¿Cuánto no se habló de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el régimen de Hussein?; ¿y el caso Guantánamo, virtual y vergonzante campo de concentración casi en nuestra vecindad? ¿Quién sería capaz de pasar por alto los actos de terrorismo suicida que matan a civiles en algún supermercado de Tel Aviv?; ¿y los helicópteros que bombardean en forma indiscriminada asentamientos de pobladores palestinos? La actual ocupación de Irak ya tiene visos de una acción militar que va para largo. Algunos expertos en la materia se han atrevido a hablar de una vietnamización de la zona. Y esto ha llevado a que algunas naciones de la denominada coalición piensen en retirarse de la zona, y no solamente por razones militares; también las hay políticas. Con el desalojo (temporal, probablemente) de la derecha en el Gobierno español parece haberse dado un primer paso: España retira sus tropas de Irak; Noruega está pensándoselo, y a lo mejor esto propicie un efecto dominó entre los países verdaderamente democráticos, que no pueden sostener más una situación incómoda e injustificable. ¿No era la meta deshacerse de Hussein?; pues ya está hecho; ¿desmantelar su ejército?: también. ¿Hallar armas nucleares y mil recursos de destrucción masiva?... Eso no lo han encontrado, pese a haber escarbado hasta el último milímetro del territorio iraquí. Los expertos de la ONU ya lo habían garantizado, con pelos y señales, y aun así dos naciones militarmente poderosas insistieron en atacar e invadir...y ahora, en permanecer allí como un simple y ordinario ejército de ocupación. Tales son las explosiones de nuestros días, en los albores de un nuevo siglo. El terrorismo, como todo su fanatismo criminal, no puede enceguecernos; tampoco hacernos perder nuestras esperanzas en la generosa solidaridad que caracteriza a la especie humana. No estamos en tiempos de paz, pero a ella nos debemos. La chatarra de los trenes de Madrid será un testimonio de que entre el humo y los hierros retorcidos, siempre queda un camino de hierro, firme y seguro que nos puede llevar a muchas partes. |
 
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